Revista Científico-Metodológica, No.No. 84 septiembre-diciembre 2025. ISSN: 1992-8238
Dra. C. Ileana Domínguez García. Profesora Titular. Profesora consultante. Universidad de Ciencias Pedagógicas Enrique José Varona. Presidenta de la Comisión Nacional de la Carrera Español-Literatura.
Correo electrónico: Ileana.dominguez@ucpejv.edu.cu
Orcid: https://orcid.org/0000-0001-7474-1600
Hoy vamos a referirnos a la importancia del lenguaje.
Decía Michel Foucault: Somos lo que decimos y hacemos al decir
La comunicación es un determinante del ser humano. Desde los albores de la humanidad, el sistema de relación entre las personas ha ido perfeccionándose, a través de gestos, signos, símbolos y silencios. El funcionamiento de todas las sociedades es posible gracias a la comunicación; se produce un intercambio mediante el cual un individuo interactúa con otro para transmitirle una información.
El lenguaje ha multiplicado el poder de la comunicación, dando la posibilidad de atribuir significado y sentidos a lo que les rodea, de percibirlo desde su perspectiva y darle su propia interpretación. A través de esta interpretación cada grupo social crea su propia lógica y, por extensión, la de cada uno de sus integrantes. Es en este sentido que se identifica el comportamiento de cada individuo orientado en función del comportamiento del otro.
El conjunto de conocimientos que acumulamos y forman nuestro universo del saber, se adquiere de la realidad exterior en la que nos desarrollamos y de la realidad interior que nos caracteriza como personalidad. Comprende también los procederes, como habilidades mediante las cuales se manifiesta un saber hacer; nuestras normas como convenciones socioculturales adoptadas; nuestras creencias como predisposiciones que proporcionan una actitud o estado psicológico por el que nos adherimos a la verdad de un enunciado o lo rechazamos, nuestros valores como significado socialmente positivo que tienen los objetos y los fenómenos de la realidad entre los que se incluyen los valores espirituales como expresión de ese significado en forma de ideal; nuestras experiencias como interacción del sujeto social que somos con el mundo exterior y resultado de esa interacción; nuestra ideología como sistema de ideas y criterios políticos, jurídicos, morales, estéticos, religiosos, filosóficos de los que hacemos uso e incorporamos a nuestra experiencia para el desarrollo de nuestro proceso creativo y de relación con el mundo.
La comunicación, vista desde una posición humanista, coloca al hombre en el centro de las relaciones que establece con los demás sujetos y con el propio mundo, y por tanto es una vía para comprenderlo, situarse en él y conservar y perpetuar lo que lo identifica. Como resultado de toda la actividad del hombre, permite conocer qué se ha hecho, cómo y para qué; permite transmitir todo su quehacer de generación en generación e identificar su pertenencia a una clase social, a un grupo, desde una posición ideológica bien definida.
Esto significa que nuestras palabras no son neutrales; son acciones que construyen nuestra identidad, nuestra realidad social y nuestras relaciones, revelando quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos, entrelazando el lenguaje con la ética, la cultura y la construcción de nosotros mismos en sociedad.
Es por ello que el lenguaje es constitutivo de nuestra identidad y nuestra realidad social.
En el caso de nuestra profesión como educadores, la clase se convierte en la acción comunicativa por excelencia en la que se producen intercambios de saberes. En ella el lenguaje, la comunicación que se produce entre profesor, estudiantes y grupo, es vital para el crecimiento personal, académico, social de todos.
La comunicación educativa debe, hoy más que nunca, ser empática, cortés y asertiva.
Saludos en la Jornada del Educador.
Dr. C. Ileana Domínguez