Varona

No.61   Julio-Diciembre, 2015.    ISSN: 1992-82

Un análisis de la relación historia-política-ideología desde la ciencia histórica y su transposición didáctica

An analysis of the relationship history-politics-ideology from historical science and its didactic transposition

Dr.C. Edmundo de Jesús de La Torre Blanco,  Universidad de Ciencias Pedagógicas “Enrique José Varona”.

Correo electrónico: edmundojt@ucpejv.rimed.cu

Recibido: marzo 2015                   Aceptado: junio 2015


RESUMEN

La reflexión en torno a la relación historia-política-ideología constituye el centro de atención del presente trabajo, que trata esa relación desde diferentes aristas, las que se explican con elementos probatorios que evidencian su significación en el actual contexto social cubano y, especialmente, en el desempeño del profesional que interactúa sistemáticamente con la historia, tanto desde la ciencia que la estudia y la investiga, como desde la transposición didáctica de esa ciencia para el desarrollo del proceso de enseñanza-aprendizaje, en función de la necesaria formación cultural y político-ideológica de las nuevas generaciones como ciudadanos comprometidos con el destino de su patria y de la humanidad.

Palabras clave: Historia, política, ideología, objetividad, transposición didáctica.

ABSTRACT

The reflection on history and political-ideology relationship is the focus of this study, which is that relationship from different angles, which are explained in evidence that show their significance in the current Cuban social context and, especially, professional performance consistently interacting with history, both from the science that studies and researches, and from the didactic transposition of that science for the development of teaching-learning process, depending on the necessary cultural and political formation -ideologically new generations as citizens committed to the fate of his country and humanity.

Keywords: History, politics, ideology, objectivity, didactic transposition.


Introducción

Las ideas que se exponen en el presente trabajo nacieron al calor del debate con otros colegas y de la reflexión personal del autor en torno a una cuestión que hoy adquiere especial importancia en el país, dada la prioridad otorgada al estudio de la historia y, particularmente, de la historia patria, en el contexto de la permanente batalla ideológica que libra el pueblo cubano en medio de una coyuntura internacional cada vez más compleja, marcada por los retos y desafíos que enfrenta la humanidad para garantizar su supervivencia y convertir en realidad la posibilidad de un mundo mejor, más justo y solidario.

Comprender la relación historia-política-ideología es necesario para el adecuado desempeño profesional pedagógico de quienes tienen el encargo social de educar a las nuevas generaciones como protagonistas de las transformaciones que posibilitarán la continuidad de la revolución. Contribuir a esa comprensión es el objetivo que se ha planteado el autor.

Desarrollo

La historia puede ser enfocada desde tres aristas diferentes, pero estrechamente vinculadas entre sí:

Como proceso

Como ciencia social

Como transposición didáctica de esa ciencia

Como proceso, es el movimiento o devenir de la sociedad desde sus orígenes, expresado en la sucesión y concatenación dialéctica de hechos, fenómenos y procesos asociados a diversas manifestaciones económicas, políticas, sociales y culturales de la actividad humana, que han tenido lugar en determinado contexto espacio-temporal y bajo la acción de leyes objetivas, que no existen al margen de esa actividad, pero al mismo tiempo, actúan con independencia de la voluntad de los hombres.

Debe tenerse en cuenta, por tanto, la especificidad de las leyes sociales y el hecho de que al desarrollo de la sociedad le es inherente la correlación entre lo objetivo y lo subjetivo. De ahí la importancia de ser sumamente cuidadosos al enjuiciar los acontecimientos y hechos históricos, tarea que corresponde precisamente a la ciencia histórica, es decir, a la Historia como ciencia social que se ocupa de estudiar el proceso antes señalado, es decir, del estudio de las diferentes aristas de la vida social desde la dialéctica de la relación pasado-presente-futuro. Expone el curso de la historia, el devenir de los hechos y fenómenos en su concatenación dialéctica, no de forma abstracta, sino de una forma viva, al tener en cuenta las condiciones específicas de cada momento histórico (condiciones histórico-concretas) y el papel desempeñado tanto por las masas, en su carácter de sujeto creador de la historia, como por las personalidades que influyen positiva o negativamente en la marcha de esta.

El carácter científico de la Historia supone su objetividad, su correspondencia con el devenir del proceso histórico, con las circunstancias en que ha tenido lugar el accionar de las masas y las personalidades.

¿Es posible lograr esa objetividad?

Son interesantes, como punto de partida para la reflexión, las opiniones expuestas en 1992 por el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, al revolucionario nicaragüense Tomás Borge. Al respecto señalaba:

“A veces me pregunto si realmente la verdadera historia existe, porque la historia es de tal forma objeto de tantas y tan diversas interpretaciones y puntos de vista, que a veces resulta difícil tener la seguridad de que esa historia verdadera exista. Me parece que lo más que pueden producirse son aproximaciones a los acontecimientos de la vida del hombre y de los hombres, no una historia realmente objetiva de cualquier hombre o cualquier pueblo” (1)

Valga significar, a propósito de estas palabras, lo expresado por el escritor Eduardo Galeano cuando en un texto de “El Libro de los Abrazos” reflexiona sobre la desmemoria en torno a los mártires de Chicago y alude a un cartel en que podía leerse:

“Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.” (2)

Evidentemente, son opiniones expresadas en determinados contextos. Pero en ambas se destaca lo difícil que es la objetividad histórica en términos absolutos y, consiguientemente, la necesidad de alcanzarla en la mayor medida posible a través de esas aproximaciones a las que se refiere Fidel, que implican una visión imparcial por parte del historiador, orientada hacia la búsqueda de la verdad. Esa visión es indispensable para extraer de la historia las lecciones que permitan enfrentar el presente con espíritu transformador. Por ello el Comandante Ernesto-Che-Guevara, en una carta dirigida el 28 de octubre de 1963 al compañero Pablo Díaz González, al expresarle sus criterios sobre un artículo que este había escrito, le advertía:

“La primera cosa que debe hacer un revolucionario que escribe historia es ceñirse a la verdad como un dedo en un guante. Tú lo hiciste, pero el guante era de boxeo y así no se vale” (3)

Le aconsejaba entonces que rehiciera el artículo, quitándole todo lo que supiera que no era verdad y teniendo cuidado con todo lo que no le constase como verdadero.

De modo que la objetividad es un principio que debe regir la actuación del historiador como cientista social.

La eticidad de ese principio fue señalada en su tiempo por José Martí cuando destacó que la historia debía ser estudiada con “… sereno juicio, con desconfiado ánimo, con lógica rectitud, con habilidad y comparación y fino escrúpulo (…)”. (4)

Un enfoque científico de la historia implica también un adecuado balance entre lo histórico y lo lógico y, en consecuencia, la necesidad de evitar extremos tan dañinos como el sociologismo y el hechologismo descriptivo en el tratamiento del proceso histórico.

El primero hiperboliza la búsqueda de causas, tendencias, fuerzas motrices y otras indagaciones necesarias en el plano lógico-conceptual, soslayando el costado fenoménico de la historia; y el segundo presta atención desmedida a la descripción de hechos, anécdotas, memorización de fechas y personajes aislados, sin tener en cuenta el porqué del acontecer histórico y su movimiento. (5)

No menos importante es la comprensión de la dialéctica de ese proceso, enfocándolo en su multidimensionalidad, con sus matices y en su carácter contradictorio, portador de avances y retrocesos, aunque sea predominante la tendencia del desarrollo social hacia el progreso.

Asimismo, si de la historia patria se trata, es indispensable tener en cuenta la correlación entre lo internacional y lo nacional, entre lo nacional y lo local en el proceso histórico cubano.
Estos presupuestos son válidos igualmente para la Historia como transposición didáctica de esa ciencia, estructurada curricularmente en disciplinas y asignaturas, en función de determinados objetivos del proceso de enseñanza-aprendizaje, que responden en cada nivel educacional a las necesidades y posibilidades de los educandos. Esos objetivos incluyen los de carácter estatal, asociados no solo a aspiraciones de orden instructivo sino también, y en estrecha relación con estas, las de orden formativo, derivadas de la naturaleza clasista de la educación, que se expresa en los principios que la rigen, principios que en la sociedad cubana se fundamentan en la política educacional trazada por el PCC y ejecutada por el estado socialista.

Las proyecciones partidistas y estatales en torno a la ciencia y su papel en la sociedad sustentan el quehacer científico de los historiadores cubanos.

De lo expresado se infiere el vínculo que existe entre el estudio de la historia-desde la investigación científica o desde su enseñanza-aprendizaje en la escuela-y la política como esfera de la vida social que abarca las relaciones entre las clases, los grupos sociales, las naciones y los estados, relaciones que están condicionadas por el régimen socioeconómico existente y son reguladas por un conjunto de instituciones, organismos y organizaciones. Esta esfera incluye la conciencia política como forma de aprehensión práctico-espiritual de la realidad social, proceso que se realiza tanto a nivel psicológico-cotidiano como teórico-ideológico, pero siempre en correspondencia con determinados intereses que orientan la actividad de su portador (individuo, clase, grupo social o la sociedad en su conjunto); y esa actividad, entendida como línea de conducta, se refiere a distintos ámbitos: económico, social, cultural, etc., aunque estos pueden encontrarse fuera de la política propiamente dicha, en un sentido más estrecho.

Tal es el caso de la educación, con relación a la cual se traza y aplica, como ya se dijo, una determinada política por parte de la clase detentadora del poder. Así, como parte de la política educacional aplicada en nuestro país, la Historia, especialmente la Historia de Cuba, constituye una disciplina priorizada en todos los niveles del Sistema Nacional de Educación. Su impartición debe propiciar en los educandos el arribo a determinadas conclusiones políticas que les permitan actuar responsablemente como ciudadanos.

En esa dirección se ha enfatizado en cuatro líneas que constituyen hilos conductores, ejes o ideas rectoras en la enseñanza-aprendizaje de la historia patria, a saber:

1) El carácter histórico de la actitud, intenciones y acciones de los círculos de poder de los Estados Unidos para apoderarse de Cuba, impedir su independencia y soberanía y, a partir de 1959, intentar destruir la Revolución; así como el carácter histórico de la actitud del pueblo cubano y sus figuras representativas en el enfrentamiento a esas intenciones y acciones a lo largo de la historia.

2) La Revolución Cubana, entendida como proceso histórico, es una sola desde 1868 hasta nuestros días.

3) Lo que ha significado la unidad, o la falta de ella, a lo largo de las luchas del pueblo cubano por la independencia y la revolución social.

4) El socialismo como necesidad histórica y el papel desempeñado en la lucha por su realización por el liderazgo revolucionario, en particular, el del compañero Fidel.

Pero la relación historia-política-ideología puede ser enfocada desde diferentes ángulos o aristas.

Política e ideología en una sociedad dada están históricamente condicionadas por las circunstancias en que se producen los hechos asociados a la acción de las distintas clases y grupos sociales, e igualmente de las naciones y estados. (Condicionamiento histórico-concreto de la política y la ideología, en el que desempeñan un papel determinante las condiciones socioeconómicas, aunque una y otra tienen también una independencia relativa).

En la historia, entendida como proceso, están las raíces y fundamentos de la política y de las proyecciones ideológicas que caracterizan a una sociedad. No se trata únicamente de un criterio marxista, sino de la visión martiana de la historia: “Lo pasado es la raíz de lo presente, ha de saberse lo que fue, porque lo que fue está en lo que es”  (6)

Esa visión se aprecia también cuando el Apóstol expresa: ¿Cómo hemos de llegar al conocimiento de la humanidad futura y probable sin el conocimiento exacto de la humanidad presente y la pasada? Esta es una humanidad que se desenvuelve y concentra en estaciones y fases. Lo que pasa en algo queda. Para estudiar los elementos de la sociedad de hoy es necesario estudiar en algo los residuos de las sociedades que han vivido. “(7)

De modo que no es posible entender el presente, ni enfrentarlo desde una posición transformadora, sin recurrir al pasado, a la historia. Así, por ejemplo:

¿Pudiéramos comprender los complejos procesos y fenómenos que han tenido lugar en las postrimerías del siglo XX y la primera década del siglo XXI sin la recurrencia a la historia?

videntemente, sin acudir a ella no sería posible explicarse el derrumbe del llamado socialismo real en los países de Europa del Este y la URSS, retroceso en el desarrollo de la humanidad, cuyas causas más profundas hay que buscarlas en el desarrollo histórico de esas sociedades. Sus efectos inmediatos, como se sabe, los sufrieron no solo los pueblos de esos países, sino también los del mundo subdesarrollado.

Sin acudir a la historia no sería posible explicarse tampoco conflictos como el existente entre Israel y los pueblos árabes, que ha sido especialmente nefasto para el pueblo palestino, como lo demuestran cada año las agresiones israelíes en la franja de Gaza; las guerras desatadas por el imperialismo norteamericano y sus aliados contra los pueblos de Afganistán, Irak, Libia y Siria y los graves problemas globales que hoy enfrenta la humanidad, asociados a la evolución histórica del capitalismo como sistema y que están en el centro de la política internacional actual.

Por supuesto, sin la comprensión de tales procesos y fenómenos, no se podría promover la lucha por convertir en hermosa realidad la posibilidad de un mundo mejor, sustentado en la globalización de la solidaridad.

Pudiera preguntarse igualmente:

¿Cómo explicar, sin tener en cuenta sus raíces históricas, el desarrollo desigual de la América Latina y la América Anglosajona, los rasgos que caracterizan las relaciones entre los pueblos latinoamericanos y su poderoso vecino del norte, los procesos de cambios que, con diferentes matices, hoy tienen lugar en la región, especialmente en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Uruguay, Argentina y Brasil, para citar solo los ejemplos más significativos?

Los avances que han tenido los procesos integracionistas, expresados en la conformación de organismos como el ALBA, la CELAC y UNASUR, son resultado del largo camino recorrido desde los tiempos de Bolívar en función de lograr la unidad latinoamericana.

¿Cómo entender y defender conscientemente, sin acudir a la historia, las posiciones adoptadas por Cuba en el llamado diferendo con Estados Unidos, que han sido factor esencial en el inicio de un complejo proceso que debe conducir a la normalización de las relaciones entre ambos países?

¿Cómo entender, sin apoyarse en la historia, las proyecciones solidarias, latinoamericanistas e internacionalistas de la política exterior que Cuba aplica; el monopartidismo característico del sistema político cubano o el entrelazamiento, devenido síntesis, del ideario martiano, las tradiciones patrióticas y el marxismo leninismo en la ideología de la Revolución Cubana?

Si en la historia se hallan las raíces y fundamentos de la política y las proyecciones ideológicas de una sociedad-en este caso la sociedad cubana actual-entonces resulta incuestionable el papel que desempeñan el estudio y la enseñanza-aprendizaje de la Historia, no solo en la formación y desarrollo de una cultura general, sino principalmente como vehículo de formación político-ideológica, es decir, como vía propiciadora de la identificación consciente de los ciudadanos, y especialmente de las nuevas generaciones de cubanos, con la política y la ideología de la Revolución, traducida en actitudes, valores y conductas o modos de actuación. No en balde Fidel insistía el 8 de enero de 1989 en la necesidad de profundizar en la historia nacional, afirmando que no es posible una buena educación política si no hay una buena educación histórica.

A tenor con las circunstancias o condiciones existentes en un momento dado, determinadas razones de orden político-ideológico pueden incidir en el enfoque de los hechos, acontecimientos y procesos históricos, en su tratamiento más o menos explícito. Esas razones pueden condicionar el no tratamiento público de todos los aspectos o facetas posibles en el correspondiente análisis histórico. Ejemplos de lo expresado son los siguientes:

Se conoce que el derrumbe del socialismo en Europa del Este y la URSS tuvo profundas raíces históricas, que los síntomas de ese derrumbe se manifestaron en los años 60 y 70 del pasado siglo, y de modo más evidente en los 80. Sin embargo, ¿por qué predominó hasta esta última década una visión idealizada del “socialismo real” y de su historia, en la que algunas de las más importantes causas y factores de ese proceso apenas se trataban en la literatura científica y docente?

La respuesta a esta interrogante no puede ser unidireccional. Pero en ella no es posible obviar el peso de condicionantes políticas asociadas al enfrentamiento Este-Oeste en el contexto de la llamada “guerra fría”.

Hasta los años 80 el tratamiento de la Crisis de Octubre de 1962, acontecimiento trascendental de la historia contemporánea, no tenía en cuenta todos los elementos valorativos necesarios en el análisis de su solución, como parte de la cual, tras las negociaciones soviético-norteamericanas, el gobierno de los Estados Unidos asumió el compromiso de no invadir a Cuba. Recuérdese al respecto la proyección autocrítica contenida en el Informe Central al Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba (1975), en el que se destaca:  “A los cubanos nos costó entonces comprender en todo su alcance el valor de aquella fórmula; hoy, después de 13 años,  vemos objetivamente que la Crisis de Octubre significó una victoria del campo revolucionario” (...), victoria consistente en “… preservar la paz en uno de sus momentos de mayor riesgo, sin sacrificar los objetivos políticos fundamentales” (8).

Quince años después del histórico congreso partidista aparecían en la prensa cubana otras valoraciones, en las que sin desconocer que la salida negociada a la crisis habría librado al mundo de la amenaza inmediata de guerra nuclear, se enfatizó en el hecho de que fue una oportunidad perdida para el diálogo Estados Unidos-Cuba, sobre la base de la plataforma negociadora de cinco puntos que presentó el líder de la Revolución y que nuestro país no pudo defender como una de las partes involucradas, dado el sorpresivo acuerdo soviético-norteamericano.

Carlos Rafael Rodríguez, en entrevista concedida al periodista Luis Báez en mayo de 1993, se refería a algunos momentos difíciles de las relaciones de Cuba con la URSS y calificaba al de la Crisis de Octubre como el más dramático de todos, en tanto Nikita Jruschov había tomado decisiones, que a su juicio expresaban el interés nacional cubano, sin tener en cuenta el indispensable criterio de Cuba (9)

Sin embargo, ¿era posible en 1975 una valoración diferente a la que se expuso en el Informe Central al I Congreso del PCC? ¿Acaso era correcta o conveniente otra valoración?
La coyuntura política de ese momento-a solo trece años del crucial acontecimiento-no permitía sacar a la luz pública criterios que pudiesen afectar la necesaria unidad del campo revolucionario, dañada ya por el divorcio político entre la URSS y la República Popular China en el seno del movimiento comunista internacional, cuyas consecuencias se evidenciarían posteriormente, sobre todo para los pueblos del Tercer Mundo.

No eran convenientes en 1975 enjuiciamientos críticos que públicamente dañasen la imagen de la Unión Soviética y que servirían más al enemigo que a la causa revolucionaria.
Apenas dos años antes, en la IV Conferencia Cumbre del Movimiento de Países No Alineados, efectuada en Argel (septiembre de 1973), la voz de Cuba se había alzado para refutar la tesis de los dos imperialismos, bajo el criterio de que inventar un falso enemigo (la URSS) era perjudicial y peligroso para los pueblos, por cuanto significaba rehuir al enemigo verdadero (el imperialismo norteamericano).

Tampoco pueden desconocerse las estrechas relaciones que entonces existían entre los gobiernos y pueblos de la Unión Soviética y Cuba, sustentadas en la amistad y la cooperación, que fueron ejemplares, a pesar de momentos difíciles como el señalado. Con independencia de que la dirección cubana mantuvo una posición consecuente en el planteamiento y defensa de sus posiciones ante la dirección soviética, aunque no siempre lo hiciera públicamente, precisamente por razones políticas.

Hoy, a la luz del tiempo transcurrido y de los acontecimientos y procesos acaecidos en el ámbito internacional, es posible otro enfoque en asuntos como el referido, lo que, sin dudas, facilita la labor investigativa de la ciencia histórica y la traducción de sus resultados en la enseñanza de la Historia como disciplina y asignatura.

Los ejemplos señalados demuestran la incidencia que las razones de orden político pueden tener en los análisis y valoraciones históricas. De lo que se trata, por tanto, es de evitar el sobredimensionamiento de tales razones, lo que puede afectar o lastrar la objetividad del análisis, es decir, la correspondencia que debe existir entre la historia como proceso objetivo y el enfoque de este por la ciencia histórica, o al enseñarla a partir de su transposición didáctica.

Debe evitarse igualmente el sobredimensionamiento que se asocia a la politización excesiva de los análisis. Tan dañino para la objetividad histórica es el “apoliticismo” que hipócritamente preconizan los enemigos de la Revolución y que no pocas veces adopta un ropaje academicista, como el politicismo que en nada se vincula al carácter partidista de la ciencia histórica y de su enseñanza como disciplina o asignatura en las condiciones de nuestro país. Ese politicismo se identifica con el consignismo vacío y puede conducir a conclusiones desacertadas, no pocas veces preconcebidas de manera esquemática y forzada, carentes del sustento de lo probatorio.

Es importante reflexionar igualmente sobre la conveniencia de resaltar en demasía, en aras de una supuesta objetividad histórica a ultranza, determinadas actitudes, posturas, hechos o procesos cuya incidencia o significación no fueron positivas, o que no tuvieron una connotación que trascendiera más allá de un contexto muy específico.

Tómese como ejemplo la personalidad del Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes.

¿Acaso es correcto resaltar su circular a los jefes orientales del 11 de junio de 1869, sobre el nombramiento del general norteamericano Thomas Jordan como Jefe del distrito de Camagüey, en la que al insistir sobre la necesidad de que imperasen el orden y la disciplina, señalaba, entre otras razones, la siguiente?:

“… para que mañana podamos ser dignos de entrar a formar parte de la Gran República Americana que hemos tomado como modelo y a la cual hemos propuesto ya nuestra anexión, en la seguridad de que cobijados bajo la bienhechora sombra de su bandera y nutrida y alimentada con sus sabias instituciones Cuba no puede dejar de ser feliz” (10)

Por supuesto, corresponde a la ciencia histórica la explicación de un pronunciamiento como este, reflejo de una postura anexionista inicial, presente también en las proyecciones de la Asamblea de Guáimaro en abril de ese mismo año (la llamada “vacilación anexionista” de dicha Asamblea) y asociada, entre otros elementos, a la visión que entonces se tenía de la república norteamericana y a los esfuerzos de los patriotas cubanos por lograr su ayuda en la guerra que desde octubre de 1868 se sostenía contra el colonialismo español.

Los historiadores Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo refieren que el párrafo señalado fue omitido en el periódico La Revolución de Nueva York, al publicar la mencionada circular en su edición del 14 de julio de 1869. (11)

Pero se trata, evidentemente, de un hecho real que no puede ser obviado. Lo incorrecto sería valorarlo o magnificarlo desconociendo su contexto y la rápida evolución de la postura cespedista, claramente expuesta en la conocida carta que dirigiera a José M. Mestre, representante del Gobierno de la República en Armas en Estados Unidos, en julio de 1870, trece meses después del pronunciamiento inicial referido. En esa carta apuntaba Céspedes:

“Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación (…) este es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces y desinteresados”. (12)

La diferencia entre una y otra posición es evidente y debe ser destacada tanto por el historiador serio y objetivo, como por el docente que enseña la historia patria, teniendo en cuenta, en el último caso, el nivel de los estudiantes a los que imparte la asignatura, en aras de garantizar su educación en los valores patrióticos y revolucionarios que hoy defiende el pueblo cubano.

Pudieran citarse otros ejemplos, válidos igualmente para la ciencia histórica y para su enseñanza en la escuela. Tal es el caso del peculiar proceso de formación de la vanguardia política de la Revolución Cubana, el actual Partido Comunista de Cuba, proceso que no transcurrió idílicamente y que debió enfrentar incidentes como el sectarismo (1962) y la microfacción (1967).

Tales incidentes no pueden ser ignorados cuando se estudia ese proceso, pero tampoco deben ser hiperbolizados, en tanto fueron enfrentados oportuna y adecuadamente, y no se tradujeron en un debilitamiento del partido como vanguardia política.

Lo destacable en este ejemplo, que debe ser tratado a partir de sus antecedentes históricos, es su connotación como evidencia del papel desempeñado por el factor unidad en el triunfo y consolidación de la revolución. Esa connotación no puede obviarse, dada su importancia en los órdenes político e ideológico, sobre todo en las actuales condiciones de la sociedad cubana, cuya continuidad depende en gran medida de la preservación de la unidad de todo el pueblo en torno a su vanguardia.

Conclusiones

Las consideraciones expuestas en torno a la relación historia-política-ideología no agotan el tema, pero bastan para apreciar su importancia y la necesidad de continuar profundizando en él desde sus diferentes aristas. Esa necesidad se ha acrecentado en los últimos años, caracterizados por el empeño que pone el pueblo cubano en el perfeccionamiento de la sociedad que edifica, a fin de garantizar, sobre la base de la actualización del modelo económico, un socialismo sustentable y sostenible que posibilite una mayor elevación de su calidad de vida en todos los órdenes.

Ese empeño constituye una tarea de gran envergadura, en tanto implica enfrentar no solo problemas internos y factores externos que obstaculizan el desarrollo de la sociedad, sino también los trascendentales desafíos y retos que hoy tiene ante sí la humanidad, incluyendo el de su propia supervivencia en el complejo mundo que habita.
El éxito dependerá, en medida considerable, de la capacidad y la voluntad política que se tengan para extraer del pasado las lecciones que permitan asumir autocríticamente el presente, con un espíritu profundamente transformador, para cambiar todo lo que deba ser cambiado en aras de garantizar a las nuevas generaciones el futuro digno y feliz que merecen. De ahí que el estudio de la historia, desde la ciencia y desde su transposición didáctica como disciplina y asignatura, continúe siendo un arma política principal de la batalla ideológica contra los enemigos del progreso humano.

 

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11. PORTUONDO F., PICHARDO, H. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Tomo 1. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales, 1974, p.189.

12. CÉSPEDES C.M. Carta a José M. Mestre. En: Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes. Escritos. Tomo 1. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1974, p.84.

 

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