Varona

No.53   Julio-Diciembre, 2011.    ISSN: 1992-82

El ideal educativo revolucionario de Julio Antonio Mella

The Revolutionary Educational Ideal of Julio Antonio Mella

Dr.C. Edmundo de Jesús de la Torre Blanco. Profesor Auxiliar. Universidad de Ciencias Pedagógicas “Enrique José Varona”. La Habana, Cuba.

Recibido junio de 2011   Aceptado septiembre de 2011


RESUMEN

El trabajo aborda la obra político-educativa de Julio Antonio Mella como líder político y educador social; incluye importantes reflexiones expuestas en diferentes textos de su autoría que evidencian la conformación de un ideal educativo revolucionario, profundamente humanista, cuyo contenido y significación se revelan en este artículo.

PALABRAS CLAVE: ideal, Julio Antonio Mella, educador, revolucionario.

ABSTRACT

This work deals with Julio Antonio Mellaיs political educational work, as a political leader and social educator. It includes important reflections written in different texts under his by line which show the formation of a very humanistic revolutionary educational ideal, whose content and meaning are shown in this article.

KEY WORDS: ideal, Julio Antonio Mella, educator, revolutionary.


Introducción

Julio Antonio Mella (1903-1929), estudiado y reconocido como líder revolucionario, de proyección nacional y continental, fue también un sobresaliente educador social. Desde su liderazgo político trabajó intensamente para influir sobre los hombres de su tiempo, principalmente en estudiantes, obreros, intelectuales y otros trabajadores, con los que interactuó sistemáticamente, tanto en Cuba como durante su obligado exilio en México. En él se manifiesta una estrecha relación entre política y educación, pues no concebía sin esta el logro de los objetivos del postergado proceso emancipador del pueblo cubano. De ahí, la presencia en su pensamiento y acción de aspectos que se distinguen por su significación educativa, dada por la extraordinaria influencia que ejerció en las ideas, las actitudes y los modos de actuación de la generación de su época y de las posteriores generaciones, así como en sus indiscutibles aportes al conocimiento, proyección y transformación revolucionaria de la realidad educacional. Esos aspectos integran su obra político-educativa, que incluye importantes ideas y reflexiones en torno al “deber ser” de la educación, reflejadas en artículos y otros textos de su autoría, que evidencian la conformación en Mella de un ideal educativo revolucionario, profundamente humanista. Revelar el contenido y la significación de ese ideal es el objetivo del presente trabajo.

Desarrollo

Referentes que influyen en la conformación del ideal educativo de Mella

El autor define ideal educativo como un conjunto de ideas articuladas entre sí que expresan los puntos de vista y las aspiraciones de su portador o portadores sobre aspectos medulares de la educación, como: sus fines y objetivos, su lugar y papel en la sociedad, los principios que deben sustentarla, su estructuración y normas organizativas, las funciones de las instituciones educativas, las cualidades que deben caracterizar al maestro y las que se aspira posea el alumno, los métodos más acertados para desarrollar el proceso pedagógico y otros que obedecen a los intereses clasistas que ese portador o portadores representan.

Vinculado a la comprensión de la necesaria transformación de la realidad educacional de su tiempo, el ideal educativo de Mella se conformó y enriqueció en medio de su intenso quehacer revolucionario y bajo la influencia de sobresalientes pedagogos y otras relevantes figuras de la intelectualidad cubana y latinoamericana.

Entre las figuras representativas del siglo XIX sobresale la de José Martí, consecuente defensor en su tiempo de una escuela nueva y de una Universidad nueva, de una enseñanza científica, que sustentada en la unidad de la instrucción y la educación y en el vínculo del estudio con el trabajo, garantizara verdaderamente la preparación del hombre para la vida y contribuyera decisivamente a hacerlo culto, libre, bueno y útil a la Patria y a la humanidad. Su pensamiento educativo –expresión y síntesis de lo más avanzado del pensamiento pedagógico cubano y latinoamericano precedente– fue conocido, divulgado e incluso aplicado por el joven líder. De ahí la consonancia de su obra político-educativa con las más valiosas manifestaciones de la tradición pedagógica nacional, defendida en las primeras décadas republicanas por personalidades como Ramiro Guerra, Arturo Montori, Fernando Ortiz y otros destacados intelectuales y pedagogos, cuyos méritos eran conocidos y reconocidos por Mella. Un lugar especial otorgó este al ilustre filósofo y pedagogo Enrique José Varona al que llamó “Maestro de la juventud universitaria de Cuba”.(1)

En el ámbito universitario cubano distinguió igualmente a dos catedráticos que consideraba excepciones dentro de un claustro compuesto mayoritariamente por profesores ineptos y corrompidos. Se refería a los doctores Evelio Rodríguez Lendián y Eusebio Hernández, cuya influencia reconoció explícitamente, identificándolos como modelos de educadores, como hombres cumbres que podrían rendir su labor de Maestros.

En el ámbito latinoamericano significó la importancia de figuras como José Vasconcelos, (1882-1959), prestigiado en el movimiento estudiantil de la región por su labor en la Secretaría de Educación de la república mexicana, a la que había antecedido su desempeño como Rector de la Universidad Nacional, cuando los estudiantes, convertidos en maestros honorarios, salieron a las calles de las ciudades, enseñando a leer y escribir.

Textos como Intelectuales y tartufos y Los falsos maestros y discípulos escritos en 1924, reflejan la admiración de Mella hacia Vasconcelos, Varona y otras personalidades latinoamericanas. Tales fueron el escritor y periodista uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) y el filósofo, sociólogo y psicólogo argentino José Ingenieros (1877-1925).

Valga aclarar, en el caso de Vasconcelos, que este transitó hacia posiciones conservadoras que el joven cubano identificó y criticó.

Destacó a Rodó por la repercusión que tuvo en toda la América hispánica su obra Ariel, en el 1900, ensayo dedicado a la juventud, en el que su autor –utilizando personajes de la tragicomedia shakesperiana La tempestad (¿1611?) expone sus ideas a través del sermón con el que un viejo y venerado maestro, al que llamaban Próspero, se despide de sus discípulos. El extenso texto refería que la América Latina, cuyos pueblos vivían en doloroso aislamiento, necesitaba grandemente de su juventud. De ahí, la importancia otorgada a la orientación moral de los jóvenes y la crítica hacia el concepto falso y vulgarizado de la educación, que al subordinarla exclusivamente a un fin utilitario, mutilaba la integridad natural de los espíritus. Precisamente el personaje de Ariel, personificación de lo elevado y lo espiritual en Shakespeare y representado mediante una estatua en la obra de Rodó, es invocado como símbolo del espíritu de la juventud.

Rodó pone en boca de Próspero su concepción de la educación popular, a la que califica de interés supremo, destacando que en la escuela estaba la primera y más generosa manifestación de la equidad social; en tanto, consagra para todos el acceso al saber y a los medios más eficaces de superioridad.

Mella identificó a Enrique José Varona con el Próspero de Rodó y asumió a Ariel como un símbolo para la nueva generación, utilizándolo junto a su amigo Bernal del Riesgo para nombrar la institución educativa que ambos fundan en 1925. Se trataba de un símbolo esencialmente idealista, pero expresaba una actitud antimperialista en el autor de la obra, reflejada en su visión de los Estados Unidos como imperio de la materia, donde el utilitarismo se había impuesto a los valores espirituales y morales. Ello explica su alerta sobre las consecuencias de una exagerada admiración hacia la poderosa federación del norte, traducida en una imitación a la que había que ponerle límites, por el peligro que entrañaba de una América Latina deslatinizada.

Por supuesto, a tono con su evolución ideológica, Mella comprendió y superó con creces el idealismo de Rodó.

Conoció a Ingenieros en La Habana, en 1923. Hombre de saber enciclopédico, analizó críticamente la reforma universitaria iniciada en su país, destacando la necesidad de que la Universidad fuese una entidad viva, pensante y actuante, que hiciera converger el trabajo de los institutos y facultades en la búsqueda de una educación integral. Afirmaba que debía ser una escuela de acción social, un instrumento colectivo que aumentase la capacidad humana frente a la naturaleza y el bienestar de todos. Consideraba que las universidades modernas debían dirigir y orientar sus estudios, según los intereses de todos los que enseñan y aprenden, con derecho de representación de unos y otros en el gobierno universitario.

Ingenieros invocaba a escuchar a los optimistas iluminados, por lo que llamaba ideología del porvenir y enfatizaba que pensar es la única forma de obrar con eficacia. Se coincide con el cubano Félix Varela que señalaba que aprender a pensar es el primer mandamiento de la ley humana. El segundo: hacer todo lo que se ha pensado.

Destaca igualmente su criterio positivo sobre la juventud, a la que infundía un sentimiento de optimismo por la vida, asociado a la idea de que para servir a la humanidad, a su pueblo, a su escuela, a sus hijos, era necesario creer con firmeza que todo tiempo futuro será mejor.

Puede comprenderse, entonces, la influencia que el pensamiento de Ingenieros ejerció sobre los jóvenes cubanos de aquellos años, especialmente en Julio Antonio Mella, que asumió conscientemente sus ideas educativas.

Por otra parte, un texto del historiador Fernando Portuondo (septiembre de 1972), que recoge sus respuestas a interrogantes formuladas por Enrique Pineda Barnet sobre Mella, incluye entre las personalidades que influyeron en este al peruano José Carlos Mariátegui (1897-1930), que como el también argentino Aníbal Ponce (1890-1938), es un figura representativa del pensamiento pedagógico marxista latinoamericano en las primeras décadas del siglo XX.

Mariátegui sobresalió por el elevado sentido político de sus ideas educativas, al establecer un vínculo muy estrecho entre la política revolucionaria –entendida como actividad creadora y realización de un inmenso ideal humano– y la educación. De ahí, que señalara la imposibilidad de democratizar la enseñanza de un país, sin democratizar su economía y, por tanto, su superestructura política. Mella fue consecuente con esta concepción.

Ahora bien, a la conformación del ideal educativo de Mella contribuyeron igualmente dos aspectos importantes:

-Su desempeño como docente, especialmente en el Instituto Politécnico Ariel del que fue también co-director. Esta experiencia vivencial no obedeció únicamente a la necesidad y el deseo de ganarse la vida con su trabajo. Fue, además, el reflejo de un propósito profesional compartido: el de reformar los métodos de enseñanza bajo la advocación del símbolo de la juventud latinoamericana en la obra referida de Rodó. La institución, fundada en febrero de 1925, con apenas diez meses de duración, fue –al mismo tiempo– concreción práctica y factor condicionante del enriquecimiento de ese ideal.

-El conocimiento en México de la experiencia pedagógica aplicada en la Escuela “Francisco I. Madero”, cuya significación se aborda más adelante.

Contenido y significación del ideal educativo de Mella

Un ejemplo ilustrativo y probatorio de ese ideal es la “Declaración de Derechos y Deberes del Estudiante”, redactada por él y aprobada el 17 de octubre de 1923 en el Primer Congreso Nacional de Estudiantes: Al fundamentar el derecho de exigir la más preferente atención del gobierno a los asuntos educacionales, significaba el lugar de la educación como primera función de un gobierno civilizado, a cuyo engrandecimiento debían contribuir todas las demás funciones (económica, administrativa, política, etcétera.).

Por otra parte, al fundamentar el derecho de la libertad de la enseñanza, se destacaba que debía tener independencia del sistema de gobierno existente y desarrollarse sin su intromisión. El gobierno debía limitarse al aporte de recursos, medios e insinuaciones (sugerencias), pero la enseñanza debía ser regida “…por individuos, profesores y alumnos, salidos de su seno, con conocimientos científicos prácticos sobre la materia, y no por políticos que desconocen el asunto y que no son representantes legítimos de los ciudadanos que desarrollan la función de la Educación en la sociedad”.(2)

La importancia atribuida a esa función se revelaba en la sección referida a los deberes, el segundo de los cuales significaba que el estudiante debía respetar y atraer a los grandes Maestros que aportaban su cultura al bienestar y progreso de la Humanidad, así como despreciar y expulsar a los malos profesores que comerciaban con la ciencia y que sin estar capacitados, pretendían ejercer la enseñanza, a la que Mella calificaba como el más sagrado de los sacerdocios y verdadera religión de los hombres nuevos.

Nótese la distinción que establecía entre maestros y profesores, asociada a la especial significación que daba a la educación. De ello, es ejemplo su artículo Los falsos maestros y discípulos de 1924, en el que con meridiana claridad expresó que “Profesor podrá serlo cualquiera. Enseñar conocimientos aprendidos en viejos libros es cosa fácil. Lo difícil es la obra del Maestro. El Maestro es aquel que forma el carácter del alumno (…) el que moldea, como artista hábil el futuro de la sociedad en su aula: taller de obrero excelso. El Maestro es un sacerdote. Solemne y trascendental es su labor (…). Es el faro luminoso que señala la ruta a la juventud en el aula, y fuera de ella. Es aquel que no se olvida nunca”.(3)

Parecería que con esta profunda reflexión estuviese explicando el significado del conocido pensamiento de José de la Luz y Caballero, referido a la diferencia entre instruir y educar.

Pero como este, comprendió también su unidad. Así la revela el folleto que contenía las normas y principios que regían el funcionamiento del Instituto “Ariel”: “…la instrucción no es una simple exposición de conocimientos, sino el primer paso hacia la formación de un nuevo carácter, de una personalidad definida, que irá siempre en aumento y se completará en estudios superiores, organizados en perfecta armonía en una forma cíclica y con vista a una educación tanto física e intelectual como moral”.(4)

En consecuencia, sepretendía no solo instruir, sino educar mediante una formación integral de la personalidad de los estudiantes que asistían a ese centro.

Su concepción del magisterio y del maestro se evidencia en la hermosa caracterización que hizo del Dr. Evelio Rodríguez Lendián en un artículo titulado El Precursor, publicado en Alma Mater, en 1923. Se refería a este como un hombre admirado por todos y muy querido por sus alumnos, que alejado de la política (de la politiquería de la época) se dedicaba a la sagrada misión de formar almas dignas de los descendientes de Martí. Se elogiaba especialmente su cátedra de Historia en la Universidad, que era un apostolado de sabiduría y patriotismo. Mella resaltaba que en boca de Lendián la Historia no era vana erudición, cuento de niño o fábulas graciosas, sino un conocimientoexacto y verdadero del pasado para servir de norma al presente y al porvenir. Es decir, un enfoque acertado de la enseñanza y el estudio de la Historia, sustentado en la relación dialéctica pasado- presente-futuro.

El elogio a Lendián obedecía también a que su labor educativa rebasaba los marcos del aula. Se destacaba que en esta enseñaba Historia, pero fuera de ella enseñaba la ciencia de la vida. De ahí que Mella lo viese rodeado de sus discípulos, dialogando en torno a los problemas de aquella Universidad arcaica y corrompida, sobre los cuales venía hablando desde hacía mucho tiempo y alertando que no podían continuar. Tanto, en sus clases como en otros espacios de intercambio habían encontrado eco los postulados de la reforma iniciada en Córdoba, Argentina. Ello explica el calificativo de Precursor de las reformas universitarias que se le daba en el texto y utilizado para titularlo.

De lo expresado, se infiere que el Dr. Rodríguez Lendián, por su nivel de preparación y por sus modos de actuación, constituía para Mella un digno ejemplo del tipo de docente que debía existir en la Universidad.

La importancia de los maestros en la Universidad fue reiterada en el texto: ¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria?en México, en 1928, en el que se refería a los alumnos como la parte fundamental de la institución, pero aclaraba que una entidad docente es nula si no cuenta con buenos profesores, a los que identificaba como maestros. Y destacaba la necesidad de que el maestro esté vinculado a la ideología de su época y sienta los problemas de la sociedad, ya que de otra manera su labor sería estéril. Por supuesto, identificaba como ideología de su época la ideología del proletariado, el marxismo-leninismo.

Se aprecia en las reflexiones expuestas que Mella tenía conformada una visión muy enaltecedora del maestro y de la importancia de su función social. Por ello, insistía en la necesidad de un profesorado revolucionario en la universidad, sin el cual de nada valdrían las reformas. No obstante, arribó a la conclusión de que esa función solo alcanzaría pleno desarrollo en la sociedad socialista, porque en ella el maestro se redimiría y encontraría una solución decorosa para sus problemas. Así lo expresó en el texto El hambre y el pan de los maestros, en El Machete, el 14 de julio de 1928, en el que a modo de ejemplo destaca la favorable situación de los maestros y el reconocimiento social a su labor en la joven república de los soviets. Y al abordar la problemática de los maestros en la sociedad mexicana, ratifica la necesidad y el deber de cada maestro de ser un revolucionario, un luchador de vanguardia, comprometido y aliado con el proletariado en la conquista de la emancipación.

Puede afirmarse, por tanto, que en las reflexiones de Mella sobre el magisterio están contenidos los rasgos esenciales, que en su opinión, debían distinguir al maestro como trabajador encargado de preparar el futuro: conocimientos científicos y prácticos sobre la materia que enseña; conocimientos, capacidades y aptitudes pedagógicas; conducta moral intachable; unidad de la instrucción y la educación en su labor; identificación afectiva con los problemas de la sociedad; vinculación con la ideología de su época y compromiso revolucionario. Esas reflexiones, válidas no solo para el contexto universitario, sino para los restantes niveles de enseñanza, mantienen plena vigencia hasta hoy.

Igualmente, válidas y vigentes son las ideas que reflejan su visión sobre el estudiante, cuya imagen ideal aparece claramente en la ya citada Declaración de Derechos y Deberes, precisamente en la sección referida a los deberes.  De acuerdo con estos se requería no solo de un estudiante que divulgara sus conocimientos entre la sociedad, que respetara y atrajera a los grandes Maestros, sino también un estudiante que fuese un investigador perenne de la verdad, que por la dignidad de su misión social permaneciese siempre puro, sacrificándolo todo en aras de la verdad moral e intelectual y que trabajara intensamente por el progreso propio, entendido como base del engrandecimiento de la familia, de la región, de la nación, del continente y de la humanidad. Esa concepción del progreso, calificada como la suprema aspiración de los hombres libres, supone una escala de valores ajena al individualismo egoísta.

De modo que Mella concebía a un estudiante no solo instruido, portador de sólidos conocimientos, sino también de actitudes y valores morales; un estudiante comprometido con la sociedad, con su tiempo y con el futuro.

No menos significativas son sus concepciones sobre el lugar y papel de la Universidad en la sociedad. Así, en el texto Función social de la Universidad en 1923, insistió en la idea de que el más alto centro de cultura del país no podía ser una simple fábrica de títulos a la que tan solo iba a buscarse el medio de ganarse la vida. Destacaba el deber que tenía la universidad moderna de influir directamente en la vida social, de señalar las rutas del progreso y contribuir con su acción a alcanzarlo, que por medio de sus profesores debía arrancar los misterios de la ciencia y exponerlos al conocimiento de los seres humanos.

En 1928 ratificaba esta importante reflexión en el artículo: ¿Puede ser un hecho la Reforma Universitaria?,expresando que si la nueva Universidad, la Universidad del porvenir hacia la cual se iba, no era grandemente útil a la sociedad, quedarían en mitad del camino, por lo que debía demostrarse con hechos que era un órgano social de utilidad colectiva y no una fábrica a la que se acudía para buscar la riqueza privada con el título. En nuevas circunstancias históricas concordaba con la concepción martiana de una “…Universidad brillante, útil, en acuerdo con los tiempos, estado y aspiraciones de los países en que enseña...”.(5)

Pero sabía que esa Universidad del porvenir no se conseguiría inmediatamente, aunque esto no negaba la significación de la lucha que se libraba por alcanzarla. De ahí que expresara en el texto El concepto socialista de la Reforma Universitaria: “Luchamos por una Universidad más vinculada con las necesidades de los oprimidos, por una universidad más útil a la ciencia y no a las castas plutocráticas, por una universidad donde la moral y el carácter del estudiante no se moldee ni en el viejo principio del ´magíster dixit´, ni en el individualista de las universidades republicanas de América Latina o EE.UU.: Queremos una Universidad nueva que haga en el campo de la cultura lo que en el de la producción harán las fábricas del mañana sin accionistas parásitos ni capitalistas explotadores”.(6)

Se trataba, en consecuencia, de una Universidad comprometida con la sociedad, con la investigación y el desarrollo científico, con el progreso económico y social de la nación, con el destino de su pueblo, con el mejoramiento y la dignificación de sus condiciones de vida. Una Universidad que contara con verdaderos maestros; es decir, profesores intachables por su conducta moral, aptos y capaces científica y pedagógicamente para formar profesionales útiles a la patria y a la sociedad. Una Universidad que con el esfuerzo conjunto de docentes  y estudiantes, y con el protagonismo decisivo de estos últimos, extendiese su influencia bienhechora más allá de sus muros. En esa dirección, apuntaba que cada estudiante, como cada profesor era propietario de una cierta riqueza de conocimientos. Si esa riqueza era utilizada únicamente en su propio provecho, entonces, se trataba de un egoísta, de un individualista imbuido del criterio burgués explotador. Con justeza, reflexionaba que la inmensa mayoría de los estudiantes no producían, pero consumían. De ahí que hubiese razón para exigirles algo a favor de los demás. Si lo que tenían era cultura, entonces, debían ponerla al servicio de la sociedad. Y precisaba que ese servicio podía concretarse a través de acciones como el desarrollo de una cruzada obligatoria de enseñanza a los obreros y elementos pobres mediante las universidades populares; la incorporación como profesores en la campaña contra el analfabetismo, la participación en consultorios gratuitos de Jurisprudencia, Medicina y Odontología que debían establecerse en todos los barrios, el estudio por profesores y alumnos (en clases, seminarios de investigación y comisiones especiales) de cada uno de los problemas nacionales; y la utilización de la Universidad como cuerpo consultivo del Estado.

Ahora bien, no solo para la Universidad concibió Mella una imagen ideal de institución educativa. De ello, son ejemplo las ideas que sustentaban el proyecto pedagógico aplicado en “Ariel”, contenidas en el folleto que regía su funcionamiento. El sistema del instituto –que los autores entendían como el método, la didáctica, la ciencia y el arte de educar– consistía en estudiar pedagógicamente al niño y al joven al comenzar su preparación y, una vez iniciada esta, que fuera vigilado (seguido, atendido) constantemente (sistemáticamente) durante el proceso de aprendizaje, sin esperar por los resultados de un examen, aplicándose en cada caso los métodos y medios didácticos que correspondieran a su edad, desarrollo físico y mental, estado de salud, etcétera.

Al utilizar el lenguaje pedagógico actual, puede afirmarse que se tenía en cuenta el diagnóstico inicial y la caracterización de cada estudiante, así como el seguimiento de ese diagnóstico con un enfoque personológico, individualizado.

Se defendía el aprendizaje movido por el gusto de aprender, por el valor social e individual que tiene el saber. Mella nose identificaba con la idea del estudio para obtener premios en la escuela o en la casa. Era partidario de estimular, pero no solo por la entrega de diplomas, premios y honores. Daba mayor importancia a la premiación del esfuerzo mediante la admiración de los amigos y el cariño de los padres y los maestros; premios que consideraba más fructíferos, creadores de un sentimiento de noble emulación. Era partidario, asimismo, de la idea de fomentar en los estudiantes el hallazgo de la vocación sobre determinados estudios, para crear hombres con amor a la cultura profunda. El instituto se proponía utilizar vías como la investigación propia del alumno en libros, las conversaciones con los maestros y los demás estudiantes y otras que contribuyesen a la formación vocacional.

Se aspiraba también a egresar un bachiller capacitado no solo para su ingreso a la Universidad, que fuese –al mismo tiempo–“…un espíritu sano y fuerte, capaz de comprender la vida, y gozarla en toda su intensidad, con el tesoro de una verdadera educación”,(7) aspiración consecuente con la concepción martiana de la educación como preparación del hombre para la vida.

Por otra parte, el joven líder tampoco circunscribió a la alta casa de estudios la posibilidad de realizar acciones al servicio de la sociedad. Podían ser realizadas igualmente por otras instituciones educativas, a partir de la vinculación del estudio y el trabajo. Así lo evidencia la impresión causada en él por la experiencia pedagógica aplicada en la Escuela “Francisco I. Madero”. Sobre ella escribió con términos muy elogiosos en un texto de igual nombre, que sería parte de un tratado que no pudo concluir.

Fundada por un ciudadano de apellido Oropesa en un apartado y difícil barrio de la capital mexicana, había integrado su matrícula con varios centenares de alumnos procedentes de los sectores sociales más golpeados por la pobreza. Mella se refería al fundador como un apostólico reformador, iniciador de una labor anónima, grande y triunfal. Consideraba que esta escuela era “…toda una revolución en la pedagogía”,(8) precisamente porque constituía “…la aplicación más alta de la enseñanza a la utilidad social”.(9)

Estas opiniones se fundamentaban en las características de la institución, abordadas explícitamente en el texto. Entre las más sobresalientes se encontraban las siguientes:

-La enseñanza de aritmética, gramática, geografía, historia y otras materias se conjugaba con la enseñanza de diferentes oficios en talleres de la propia escuela, donde los alumnos trabajaban y eran remunerados, según sus esfuerzos.

-Los alumnos estaban organizados en “sindicatos” de cada rama de la industria (industria del pan, industria doméstica, industria agrícola, la fotográfica, etc.), cada uno de los cuales era dirigido por el maestro de la materia. Esos sindicatos se unían en una Federación con un Comité Central y un Congreso que discutía todas las cuestiones de la colectividad.

-Existían un Banco de Crédito y una Cooperativa de Ventas de la producción, que eran regidos por comisiones procedentes de la Federación.

-La producción se destinaba, en primer término, a la satisfacción de las necesidades de los miembros de la escuela. Otros productos eran vendidos por la Cooperativa de Ventaspara la adquisición de las materias primas necesarias, el sostenimiento de la institución y el mantenimiento de los nuevos ingresos hasta que aprendiesen un oficio.

-Los alumnos se compenetraban con los problemas de la vida nacional e internacional, mediante su estudio, su debate y sus propuestas de soluciones en asambleas dirigidas por sus “sindicatos”.

-Se administraba justicia, no mediante coacción, sino por la propia colectividad, a través de los Secretarios de Justicia elegidos por cada uno de los sindicatos. Predominaban las sanciones morales como amonestaciones públicas y privadas, aunque también podían ser sancionados con descuentos de salarios, que pasaban al fondo social.

Del análisis de las características expuestas por Mella se infiere que en esta escuela la preparación para la vida, basada en la necesaria unidad de la instrucción y la educación y el sistema estudio-trabajo, estaba en el centro de atención del colectivo encargado de la formación de los educandos. Puede comprenderse, entonces, su admiración hacia esta escuela y su fundador. No resulta difícil concluir que la viese como un modelo de institución educativa imitable y aplicable a otras realidades, como la cubana.

El conocimiento de este modelo, sumado a los debates y proyecciones del I Congreso Nacional de Estudiantes, en 1923, sobre la problemática educativa y a la experiencia pedagógica aplicada en el Instituto Politécnico “Ariel”, en 1925, contribuyó a sustentar en el joven líder una visión del tipo de escuela que debía existir en otros niveles de enseñanza. Una escuela:

-Que sobre la base de la unidad de la instrucción y la educación, garantizara la formación integral de los educandos y los preparara para la vida.

-Con una enseñanza científica y flexible, basada en métodos dinámicos y participativos.

-En la que el maestro fuese un ente activo, creativo, investigador, experimentador, orientador, que fomentara en sus alumnos el amor al trabajo y a la cultura, así como la vocación por determinados estudios.

-En la que los alumnos fueran protagonistas activos en el aprendizaje, interesados por la investigación, que se formaran como ciudadanos responsables, identificados con las problemáticas de su tiempo, conscientemente comprometidos con la sociedad y su transformación.

-Que garantizara el seguimiento pedagógico sistemático de los estudiantes y su atención individualizada, con los métodos y medios adecuados.

-Organizada y dirigida con la participación activa de los educandos.

-Ajena al autoritarismo y al empleo de métodos coercitivos. Basada en una disciplina consciente y el predominio de sanciones morales.

El ideal educativo de Mella no pudo concretarse más plenamente debido a su temprana muerte. Pero su contenido evidencia, de manera clara la consonancia con una tradición pedagógica nacional, representada en el siglo XIX por figuras como José de la Luz y Caballero, Félix Varela y sobre todo José Martí; y en las primeras décadas del sigo XX por destacados pedagogos e intelectuales entre los que sobresalió –por su influencia en el joven líder– la figura de Enrique José Varona.

Mella fue depositario y creativo continuador del ideario educativo de tan ilustres figuras. Supo comprender que la materialización de su ideal no era posible sin la transformación revolucionaria de la vida social, sin la construcción de una sociedad nueva, que para él no podía ser otra que la sociedad socialista. Ello condicionó la vigencia de ese ideal, que devino fundamento del pensamiento educativo progresista y revolucionario que asumieron las posteriores generaciones de maestros, intelectuales y estudiantes cubanos.

Correspondería a la Revolución triunfante en 1959, la puesta en práctica de las concepciones sobre la educación que Mella defendió, que constituyeron, por tanto, antecedente y referencia necesaria de las transformaciones educacionales realizadas en nuestro país a partir de ese año.

Conclusiones

Representante de una nueva generación y sobresaliente educador social, Julio Antonio Mella fue portador de un ideal educativo de profundo carácter humanista, en el que se proyectó –al mismo tiempo– como continuador de lo más valioso de la tradición pedagógica nacional y como fundamento del pensamiento educativo progresista y revolucionario posterior, lo que avala su significación como antecedente y referencia de la obra educacional emprendida por la Revolución Cubana  a partir de 1959.

Referencias

1MELLA J A. Intelectuales y tartufos. En: Universidad Bolivariana de Venezuela. Pensamiento pedagógico emancipador Latinoamericano. Caracas, Venezuela: Coordinación de Ediciones y Publicaciones / Imprenta Universidad Bolivariana de Venezuela; 2007. p. 164.

2MELLA J A. Declaración de derechos y deberes del estudiante. En: Cairo A. Mella. 100 Años. Vol 1. Santiago de Cuba / La Habana, Cuba: Editorial Oriente. Ediciones La Memoria; 2003. p. 46.

3MELLA J A. Los falsos maestros y discípulos. En: Santos M. Marxistas de América. La Habana, Cuba: Editorial Pueblo y Educación; 2002. p. 35.

4BERNAL A. Las ideas pedagógicas de Mella. En: Cairo A. Mella. 100 Años. Vol 1. Santiago de Cuba / La Habana, Cuba: Editorial Oriente. Ediciones La Memoria; 2003. p. 235.

5MARTÍ J. Abono.- La sangre es buen abono. En: Martí J. Obras Completas. T. 8. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 299.

6MELLA J A. El concepto socialista de la Reforma Universitaria. TREN BLINDADO. Año I, No. 1. México, D.F., sep de 1928. En: Santos M. Marxistas de América. La Habana: Editorial Pueblo y Educación, 2002. pp. 84-85.

7BERNAL A. Las ideas pedagógicas de Mella. En: Cairo A. Mella. 100 Años. Vol 1. Santiago de Cuba / La Habana, Cuba: Editorial Oriente. Ediciones La Memoria; 2003. pp. 240-241.

8MELLA J A. La escuela Francisco Madero. En: Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista de Cuba. Mella. Documentos y artículos. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 499.

9MELLA J A. La escuela Francisco Madero. En: Instituto de Historia del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista de Cuba. Mella. Documentos y artículos. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 499.

Bibliografía

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CUPULL A, GONZÁLEZ F. Julio Antonio Mella. Biografía. La Habana, Cuba: Ediciones Abril; 2010.

INSTITUTO DE HISTORIA DEL MOVIMIENTO Comunista y la Revolución Socialista de Cuba. Mella. Documentos y artículos. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975.

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