Varona

No.51   Julio-Diciembre, 2010.    ISSN: 1992-82

EN CASA


Yo conocí a María Mantilla

I knew María Mantilla

Dr.C. Juana Lidia Orille Azcuy. Profesora Auxiliar. Profesora de Mérito. Universidad de Ciencias Pedagógicas “Enrique José Varona”. La Habana, Cuba.

Correo electrónico: juanaoa@ucpejv.rimed.cu

Recibido enero de 2010   Aceptado marzo de 2010


RESUMEN

El presente trabajo ofrece un interesante testimonio de la autora, ferviente martiana, cuando por razones de un viaje a Estados Unidos, en 1952, fue designada, en representación de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano, para entregar a María Mantilla, una invitación, con el objetivo de participar en los actos conmemorativos, en Cuba, del Centenario del nacimiento de José Martí.

Emociones inolvidables, evocadas a más de 50 años transcurridos de aquel memorable hecho, propician el acercamiento a esta mujer, que atesoró tantas vivencias por su significativa cercanía con nuestro Héroe Nacional.

PALABRAS CLAVE: recuerdo, familia, patria, María Mantilla, José Martí.

ABSTRACT

The present article offers an interesting testimony of the author, a fervent Marti follower, whom for reasons of a journey to the United States in 1952, is chosen to represent the Former Marti Alumni Seminar to give Maria Mantilla, an invitation, with the object of participating in the commemorative ceremonies in Cuba for the Centenary Anniversary of the birth of Jose Marti. Unforgettable emotions, invoked after more than 50 years later of the memorable event, allow one to draw closer to the woman, who embraced so many experiences, due to her significant proximity to our National Hero.

KEYWORDS:  memories, family, country, Maria Mantilla, Jose Martí


Introducción

Fue en agosto de 1952, en ocasión de un viaje turístico para maestros, a la ciudad de Los Ángeles, California. En esos momentos era la Presidenta de la Asociación de Antiguos Alumnos del Seminario Martiano, y su asesor, Gonzalo de Quesada y Miranda, hijo del que fuera discípulo predilecto de Martí, Gonzalo de Quesada y Aróstegui, me encargó la tarea de visitar a María Mantilla. El propósito era entregarle una carta de presentación, en la que era invitada a los actos que con motivo del Centenario del nacimiento del Apóstol, tendrían lugar en Cuba y especialmente en las organizadas en la Fragua Martiana, sede de la Asociación.

Al cumplirse más de cincuenta años de aquella singular visita, consideré oportuno y hasta interesante dejar plasmados mis recuerdos de tan honroso y privilegiado encuentro.

Desarrollo

En aquellos momentos, el propio Gonzalo de Quesada publicó un reportaje en la Revista Ecos, que me ha servido de punto de apoyo para estas reflexiones. Desde hacía años, María Mantilla residía en California y específicamente en Los Ángeles y fue así que, tan pronto llegué me dispuse a buscar la dirección que llevaba: North Saltair Avenue. Pensé que sería fácil encontrarla, pero para mi sorpresa no fue así. Acudimos mi amiga y yo, hasta a los agentes del tránsito, pero fue inútil. Al fin, un chofer de taxi nos explicó que aquella dirección se encontraba en Beverly Hills, cerca del cine y bastante distante de la ciudad.

En aquel mismo taxi nos encaminamos hacia el ansiado lugar. A medida que avanzábamos, aumentaba nuestra impaciencia, hasta que al fin llegamos al número 361: un sencillo “bungalow”, rodeado de plantas con flores, evocador de un ambiente tropical, tal vez, un tanto anacrónico en una urbe norteamericana. Una vez en la casa, y después de la entrega de la carta de presentación, nos extendió su mano gentil y nos invitó a cruzar el umbral de su hogar.

Al leer la misiva, su rostro radiante y sorprendentemente juvenil –cumpliría 72 años en noviembre– se iluminó con una amplia sonrisa al sentir el saludo afectuoso de los miembros de nuestra Asociación y, en especial, el de Gonzalo de Quesada, con quien sostenía correspondencia frecuente.

¿Qué impresión me causó? Rápidamente percibí la esbeltez de su figura, la elegancia de sus ademanes, la vivacidad de sus ojos almendrados que nos entregaba una mirada dulce, limpia, penetrante; su fino rostro enmarcado por sus sedosos cabellos grises y una voz melodiosa que nos llegaba como un susurro.

Estábamos ante la niña que inspiró aquellos versos sencillos que dicen:

Temblé una vez –en la reja,

a la entrada de la viña–,

cuando la bárbara abeja

picó en la frente a mi niña.1

Teníamos ante nosotros a la Mademoiselle Marie, a quien Martí dedicara los aleccionadores y maravillosos versos de “Los Zapaticos de Rosa”.

Por un instante, tal vez fugaz, me trasladé en el tiempo para representarme  a la adolescente de apenas 15 años que se despedía del Apóstol, aquel que tanto la quiso y que la inmortalizaría en las cartas que le escribiera desde los campos de batalla de Cuba: cartas plenas de sabiduría y enseñanza; de ternura y de lirismo; de amor infinito a quien había sido mitigadora de penas y punzantes dolores; almohada y sosiego para su alma solitaria y sufrida.

No nos pasó inadvertida la sencillez en el mobiliario y decorado del saloncito en que comenzamos nuestra conversación con María.

Lo primero que nos dijo fue cuánto amaba a Cuba y que no podía ser de otra manera, puesto que toda su vida estaba ligada a ella íntimamente, a sus luchas por la libertad y, sobre todo, a su figura más pura y grande: José Martí, quien permaneció en su casa de Nueva York, los últimos quince años de su vida desde 1880 hasta 1895.

Aquel hogar, que a partir de 1885 en que fallece Manuel Mantilla, esposo de Carmen Miyares, madre de María, estaría formado por esta y sus cuatro hijos: Carmita, Manuel, Ernesto y María; aquel hogar, reitero, constituyó para el Apóstol ‘‘...la casa abnegada y compasiva que veo siempre delante de mis ojos”2 (16 de abril de 1895). Y nos reitera María “hogar donde él recibió siempre el afecto y la admiración de todos nosotros”.3

Recordamos tan solo las propias palabras de Martí, cuando a menos de un mes de su caída en Dos Ríos (16 de abril de 1895), les escribiera: “Véanme vivo y fuerte y amando más que nunca a las compañeras de mi soledad, a la medicina de mis amarguras”.4

Continúa María, con su voz arrobadora por el recuerdo, que no por distante, menos emotivas: “Martí –nos afirma– era un hombre extraordinario y encantador. No obstante su genialidad, su inmenso talento, las graves responsabilidades que pesaban sobre su cuerpo endeble, nunca se cansaba y siempre tenía una frase de consuelo o de bondad para los demás  –y prosigue– oírlo hablar era como un verdadero regalo para la mente y el corazón. Poseía un extraordinario magnetismo, principalmente en la mirada, donde quiera que iba irradiaba luz. Jamás descuidaba un detalle”.5

En su riqueza de expresión, pudimos percibir en María una gran nostalgia y sentimiento de dolor por la pérdida de unos juguetes, que él escogía cuidadosamente para ella y sus hermanos, y a causa de una inundación se dañaron. “¡Con cuánto amor! –nos dice– les buscaba tal o cual libro útil y les hablaba con pleno conocimiento de música, pintura o literatura”.6

A una sugerencia nuestra se produce quizás el momento de mayor emoción para María y para nosotras; sus ojos se humedecieron al evocar el día en que Martí salió de Nueva York para unirse a Máximo Gómez en Santo Domingo y zarpar de aquí hacia Cuba. No había cumplido ella los quince años, cuando le dijo adiós por última vez, físicamente, pues en cartas que le escribiera posteriormente le reiteraba. “Espérame, mientras sepas que yo viva”7; “Estudia, mi María, trabaja y espérame”.8 “Trabaja. Un beso. Y espérame”.9

Con la voz, un tanto apagada por la emoción, nos dijo: “Cuando él se separó de nosotros en aquel enero de 1895, algo en sus ojos, en todo su ser, expresaba sin palabras que no volvería, que habría de morir por sus ideales: Cuba era su suprema obsesión; su independencia y el bienestar de su patria, la brújula de toda su existencia”.10

Al contemplar el rostro de María, no tenemos por menos que recordar la primera frase de la que posiblemente fuera la primera carta escrita por el Apóstol, después de su partida, con fecha 2 de febrero de 1895:

“Mi niña querida:

“Tu carita de angustia está todavía delante de mí y el dolor de tu último beso.”11

Para nosotras, este fue el instante más conmovedor de toda la entrevista con esta singular persona: María Mantilla. Pasada esta carga emocional, hablamos de la familia Romero-Mantilla, es decir, su esposo César, recién fallecido en aquel momento; de sus hijos: María Teresa, Graciela, Eduardo y César; este último, famoso actor de cine norteamericano, cuyas películas eran exhibidas en Cuba y por cuya razón en una oportunidad visitó la Isla. Toda esta charla se desarrolló con una naturalidad y sencillez sin par.

Juana Lidia con María Mantilla. Foto tomada en el patio de la casa de María Mantilla, en Beverly Hills, Los Ángeles, California.

En la conversación se volvió sobre Cuba y su amor por ella: nos habló de su interés por todo lo relacionado con el Apóstol y su deseo de conocer la Fragua Martiana, para poder apreciar los valiosos documentos y reliquias que fueran de Martí y que sabía se conservaban amorosamente; de su propósito de asistir a los actos que se celebrarían al año siguiente por el Centenario y cumplir además la misión de traer los grilletes que él usara en las Canteras de San Lázaro y en cuyas ruinas se encuentra enclavada la Fragua. Los guardó con verdadera devoción, pues ellos constituían el símbolo perenne de todo lo que sufrió desde adolescente rebelde por la independencia de su patria.

El tiempo se fue deslizando insensiblemente escuchando la suave voz de María, cargada de emotivos recuerdos que nos hicieron “vivir”, si ello fuera posible, un pedacito de nuestra historia.

Pero llegó la hora de partir. De pronto su mirada se fijó en el distintivo de la Asociación, con la bandera cubana y la efigie de Martí que llevaba prendido en el traje. Elogió su diseño artístico y yo, sin pensarlo, e interpretando el sentir de todos los asociados, me lo quité y se lo entregué, con el más grande orgullo que imaginarse pueda. Ella lo agradeció con una amplia sonrisa, no sin un ligero rubor en sus mejillas.

Hubiéramos querido prolongar la visita, pero la despedida se hacía imperativa. No obstante, antes de partir, nos invitó con singular gentileza a tomarnos una foto en el jardín posterior de la casa, junto a un frondoso árbol de aguacate, imagen que conservo, como un testimonio de un privilegio inmerecido y que por tanto, constituye un tesoro para mi humilde persona y un recuerdo de la casa de María Mantilla.

Permítanme acudir en este punto a un fragmento de la carta que Martí le escribiera desde Santiago de los Caballeros, el 19 de febrero de 1895: “Y cuando el día antes había pasado por el camino, lleno todo, a un lado y a otro, de árboles de frutas, de cocos y mangos, de caimitos y mameyes, de aguacates y naranjos, pensaba en Uds., y en  tenerlas conmigo, para sentarlas en la yerba, y llenarles la falda de frutas”.12

Y pienso ahora, porque entonces no lo hice, ¿tendría que ver ese árbol de aguacate con esta alusión martiana? Queda la interrogante.

Nos despedimos, al cabo de casi una hora y, mientras nos alejábamos de la casa de la niña amada de Martí, rumbo a la ciudad, su dulce imagen me quedaba impresa en el corazón y en la mente.

Ahora bien, no fue esta la única oportunidad de ver a María Mantilla. En cumplimiento de su deseo, vino a Cuba en 1953 y el 25 de enero la recibimos junto con otros miembros de la Asociación, en el Aeropuerto Internacional José Martí, donde se le rindió un sencillo homenaje de bienvenida, y se le entregó un bello ramo de flores blancas, las preferidas de Martí, momento feliz del que guardo constancia gráfica.

Pero, ¡cuál no sería mi sorpresa al ver prendido en su abrigo el distintivo de la Asociación que con tanto fervor le obsequié en Los Ángeles. Constituía este gesto, una demostración palpable de respeto, delicadeza y gratitud hacia nosotros, cuando era ella la única merecedora de todo nuestro cariño y devoción.*

María Mantilla murió a los 81 años, el 17 de octubre de 1962, en Los Ángeles, California. Sin embargo, como dije al comienzo, ella quedó también para la inmortalidad, pues fue parte nutricia la vida de Martí. Basta repasar o releer las cartas que él le escribiera desde la manigua cubana, en especial la del 9 de abril. Hay que ver cómo entre toda la carga que como, soldado llevaba, en su pecho atesoraba el retrato de María.

Ahora, a más de cincuenta años y repasando los recuerdos, me percato que, ante la presencia de María Mantilla, las palabras se agolparon en mi garganta, sin que pudieran salir las necesarias para conocer más sobre esa extraordinaria y tiernísima relación entre ella y nuestro Apóstol.

Tal parece que no solo su presencia física, sino también el hálito de sencillez, de bondad, que emanaba de toda ella, me hicieron sentir pequeñita, mucho más de lo que corporalmente soy.

Considero que María Mantilla, aún cuando mi conocimiento de ella fue breve, respondió indiscutiblemente a los anhelos de Martí; que aquellos consejos que le daba sobre los valores humanos, éticos, que debía atesorar, se hicieron realidad en su vida. Se podía apreciar a simple vista en su sencillez y su elegancia en el vestir; en sus ademanes; en su gentileza; delicadeza; en su conversación afable.

No temo afirmar que María no defraudó al  Apóstol; su vida fue fiel reflejo de esos anhelos y, cuando los adolescentes y los jóvenes lean el epistolario dedicado a ella, deben pensar en lo mucho que debió quererla, y a su madre y sus hermanos, por lo que representaron en su vida y por lo que les debemos todos los cubanos: ellas contribuyeron, de singular y enaltecedora manera, a que él pudiera cumplir su obra redentora en la patria esclavizada y que aún, a casi 155 años de su nacimiento, continúa haciendo no solo por Cuba, sino por la América entera.

NOTA

*Justamente, en el año 2003, tuve el privilegio de conocer en Cuba a sus dos nietas María Victoria y Martí, hijas de su hijo Eduardo, el único que sobrevive. En 2004, volvimos a verlas en la Fragua Martiana. ¿Qué más puede pedirse?

 

Referencias

1MARTÍ J. Obras completas. Poesía I. T. 16. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 64.

2MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 224.

3ORILLE J L. Testimonio de María Mantilla. Encuentro con María Mantilla en Los Ángeles, California, EE. UU. 1952.

4MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 224.

5ORILLE J L. Testimonio de María Mantilla. Encuentro con María Mantilla en Los Ángeles, California, EE. UU. 1952.

6ORILLE J L. Testimonio de María Mantilla. Encuentro con María Mantilla en Los Ángeles, California, EE. UU. 1952.

7MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 216.

8MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 218.

9MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 220.

10ORILLE J L. Testimonio de María Mantilla. Encuentro con María Mantilla en Los Ángeles, California, EE. UU. 1952.

11MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 212.

12MARTÍ J. Obras completas. Epistolario. T. 20. La Habana, Cuba: Editorial de Ciencias Sociales; 1975. p. 214.