Varona

No.45   Julio-Diciembre2007.    ISSN: 1992-82

EN CASA


Martí y la cultura. UNA VISIÓN TEMPRANA DE LA DOMINACIÓN IMPERIALISTA

Martí and the culture. AN EARLY VISION OF THE IMPERIALIST DOMINATION

Dr C Lissette Mendoza Portales. Profesora Titular. ISP “Enrique José Varona”

Recibido noviembre de 2006   Aceptado enero de 2007


RESUMEN

Su amplia y profunda plataforma cultural, sustentada en fuertes y fecundas raíces, convertiría el accionar martiano en un modelo esencialmente singular en la medida en que lo cultural propiamente deviene método de interpretación y actuación. Constituye la cultura, entonces, la fuente nutriente de su visión integral de la realidad y se convierte en el rasero necesario de toda la actividad desplegada en función de la obtención de sus objetivos supremos: la independencia nacional y la creación de una república nueva, no solo frente al poderío del colonialismo español, sino ante el surgimiento de otro tipo de amenaza a la independencia de los pueblos latinoamericanos. De ahí, su vigencia hoy frente a los intentos de dominación cultural de nuestros pueblos por el imperialismo norteamericano.

PALABRAS CLAVE: concepción cultural, cultura de la dominación, sistema de dominación imperialista.

ABSTRACT

His broad and deep cultural background, based on strong and fertile roots turned Marti´s teachings into a cultural model considered as a method of interpretation and behavior. It constitutes culture, so it is the source of his general vision of reality and it turns into necessary key of all the activity carried not to achieve his main goals: the national independence and the creation of a new republic, not only before the Spanish colonialism but also before the treat against Latin American countries. All these teachings are very up-to-date before the North American attempt to impose its domination against our peoples.

KEYWORDS: cultural conception, domination culture, imperialist domination system.


Introducción

Fiel exponente de las contradicciones, condiciones y tendencias de su tiempo y al mismo tiempo, genuino portador de las ideas más avanzadas y universales, Martí J nos ha legado un caudal inapreciable de enseñanzas válidas para este tiempo, nuestro presente, en la medida en que aporta claves esenciales, dado su carácter anticipador, para interpretar los problemas más acuciantes de nuestra época. Porque, a más de cien años de su existencia física, su vigencia es palpable, en tanto, en su pensamiento se prefiguran en gran medida, las tendencias del devenir social contemporáneo, marcado por los conflictos y las consecuencias de la dominación imperialista.

Y es que su pensamiento, expresión de una profunda concepción cultural, deviene programa de liberación nacional y transformación socio-económica y cultural para Cuba y América Latina, para el ser cubano y latinoamericano que, trascendiendo su espacio-tiempo, llega a nuestros días con la fuerza que le confiere haberse constituido en un reflejo exacto de su época y haber captado, como nadie, las tendencias y las potencialidades contenidas en ella. Coherentemente, encontramos en Martí un excepcional código de valores, cuyo fundamento es una singular concepción del hombre y los valores –sin igual en el pensamiento iberoamericano– como expresión de su concepción cultural que deviene propuesta axiológica para Cuba y para Nuestra América, para los cubanos y latinoamericanos.

De igual forma, en el devenir del pensamiento y la tradición práctico-revolucionaria cubanos, en la proyección y el ejercicio de las luchas independentistas como expresión de la cultura de la liberación, se descubre la extraordinaria y singular concepción martiana de la política. Desde la crítica a las prácticas políticas de su tiempo y la elevada comprensión de una nueva práctica política; la eticidad de la política en Martí constituye suprema síntesis en el sendero de la honda relación entre cultura y emancipación, reveladora esta del profundo nexo –refrendado por la Historia– entre Cultura, Ética y Política, en el decurso de nuestra nación; lo que ha devenido hilo conductor de los fundamentos, la obra y la proyección de la Revolución Cubana.

Por ello, es que en la identificación de los problemas más importantes de nuestro tiempo y en la propuesta de soluciones desde la Ideología de la Revolución Cubana, se revela la profunda y prematura visión martiana del fenómeno del imperialismo.

Desarrollo

Desde su privilegiada posición de preclaro y agudo testigo de su nacimiento y desarrollo –y como expresión de la evolución de su pensamiento–, Martí brindó para la historia futura ideas claves para comprender el decurso de la sociedad norteamericana, como seno natural de la dominación imperialista, especialmente, en su relación con Nuestra América y Cuba; y de forma particular, en lo que respecta a su expresión en el plano cultural.

De ahí que no pueda olvidarse que, entre los espacios que devienen fundamentales, en la conformación de la cultura martiana, se encuentra Estados Unidos, a través de aquella ciudad que ya desde la segunda mitad del Siglo XIX se considera un centro cultural excepcional: Nueva York. Así se ha precisado que “Martí fue testigo de un momento crucial en sus cambios, con la aparición de grandes masas de inmigrantes, la formación de barrios característicos y el establecimiento de símbolos arquitectónicos aún vigentes, sobre los cuales escribió, como la estatua de la Libertad y el puente de Brooklyn, este último el inicial de los que tan pintorescamente ayudarían a perfilar el panorama neoyorquino...”.1

El propio Martí la describiría de la manera siguiente: “...Nueva York, se llama a sí misma ‘la metrópoli del mundo’, ¿y han de venir a quitarle las cuidaditas de provincia, ni Washington misma (...) el puesto a que le dan derecho eminente sus dos millones de almas, su ir y venir universal, su poder de ciudad madre que echa los brazos por sobre los dos ríos, y se trae una ciudad en cada brazo?”.2

En ella vivió, sintió y pensó por quince años. Allí creció como ser humano y revolucionario; allí perdió a su gran amor y sufrió la separación de su hijo; allí padeció por la ruptura con las altas figuras de la gesta libertaria y logró aunar voluntades para reanudar la contienda, allí conoció y reseñó para América Latina y los propios Estados Unidos, lo más importante del desarrollo científico, técnico, artístico y literario de la época; allí publicó La Edad de Oro y creó el Ismaelillo, allí se retrataría en su vida, en sus angustias y alegrías en los Versos Sencillos, allí fundó el Partido Revolucionario Cubano y el Periódico Patria      En fin, en Nueva York, Martí desarrolló la hermosa e intensa labor creadora y humana que lo identificaría desde 1880 hasta 1895. Así “.  Nueva York, la ciudad

cosmopolita que reúne gentes, cosas e ideas de todas partes del mundo, debe considerarse una presencia determinante en el desarrollo martiano...”.3

Por ello, es que al registrar las raíces de la cultura martiana y los horizontes que alcanzaría, no puede obviarse lo que representa su increíblemente fructífera estancia neoyorquina. Y es que “. Martí disfrutó de la intensa vida cultural de la ciudad y aprovechó su calidad de inmenso centro informativo, en el cual se cruzaban las más disímiles corrientes y se obtenían noticias muy variadas con gran presteza. Pero, por supuesto, también conoció el Nueva York de la miseria, la sordidez; incluso, la maquinaria aniquiladora de miles de existencias...”.4 De ahí, se requiere comprender que en dicha ciudad, por su propio carácter de punto de vista del universo, se produjo en Martí el complejo proceso de asunción creadora de lo mejor elaborado hasta ese momento en el mundo que acompañaría su incesante y creciente afán de saber. Así, pudo decantar lo más significativo, progresivo, tendente al futuro..., de la cultura norteamericana y universal y, al mismo tiempo, desechar lo que las reducía o laceraba y pudo comprender, desde dicho fundamento cultural, los conflictos y las contradicciones de una época de cambios que se avizoraban desde el propio seno de aquella sociedad.

Esto puede apreciarse claramente en sus Escenas Norteamericanas, Escenas Neoyorquinas y en sus Norteamericanos, como maravillosos testigos de su aproximación, conocimiento y admiración de todo lo que se fue creando en ese tiempo, en el seno de la nación que detentaba el mayor poder económico y cultural de la época, pero que, a su vez, anunciaba lo que sería en un futuro no muy lejano como potencia internacional. Se ha observado al respecto: “.  La visión martiana de los Estados Unidos no pertenece a la literatura de venero fantástico (. ) en ella hay un contrapunteo de lo objetivo y lo visionario, y un reflejo de los conceptos ideológicos y estéticos del Modernismo; sus crónicas revelan clarividencia, perspicacia, capacidad profética y ambivalencia. Muchas son las facetas de la civilización norteamericana que merecieron su elogio, y en especial los adelantos científicos, tecnológicos y educacionales. Pero también descubrió la avaricia, la corrupción, el cohecho, el imperialismo, la explotación de las masas y la lucha social...”.5

De sus influencias y preferencias, de su admiración y concordancia, de sus juicios y valoraciones., sobre el decurso del pensamiento filosófico y religioso, de la ciencia y la técnica, del arte y la literatura o de la educación norteamericanos, han quedado muestras excepcionales que nos permiten apreciar el nivel cultural del cubano capaz de hacer una evaluación de conjunto y, al mismo tiempo, de las diferentes aristas del desarrollo de la cultura norteamericana en la época. Insoslayable resulta, entonces, en esta aproximación desde una perspectiva axiológica al fenómeno de la cultura en el contexto del decurso actual del imperialismo, el agudo y anticipador pensamiento martiano. Y es que con una verdadera y rigurosa concepción cultural, Martí penetra en las diversas esferas de la sociedad, desde lo económico, lo social, lo político, hasta lo propiamente ideo-cultural. Describe, valora, critica, sugiere..., y más allá de lo actual, circunstancial o efímero... queda el juicio sereno, la reflexión profunda, la afirmación anticipadora con el significado de lo permanente. Así se suceden elecciones, congresos, exposiciones, desfiles, regatas, manifestaciones, tanto como individualidades, instituciones, pueblos, en los que se revelan “...las fuerzas que se acomodan y agrupan en esa república” 6 como él mismo señala al valorar sus crónicas en los Estados Unidos, en mayo de 1885.

Con una óptica aguda desde el filo de su letra, sin perder la ternura y sensibilidad característica, Martí comparte con el público latinoamericano el universo socio-cultural del Nueva York de la segunda mitad del Siglo XIX, en el que se descubren dos mundos, dos culturas, desde la riqueza y la pobreza. Significativos acercamientos a esta cuestión aparecen en su extensa obra, en la que se manifiesta cómo la cultura, no solo tiene su sustrato en las condiciones de existencia de los hombres, sino que se convierte, a su vez, en expresión de las mismas condiciones que los separan.

Así nos dice “...¿Quién que viera estos lujos, estos hipódromos favorecidos, estos palacios mercantiles, grandes ya como circo romano, quién que viera estas calles de Nueva York, cansadas de la piedra parda, y la arquitectura monótona, levantar por sobre las torres mismas de las iglesias sus casas de negocios, labradas las paredes, mármol y bronce el techo, el atrio pórfido y granito, quién que viera en las horas de faena pasar ante sus ojos en procesión enorme, acabados como obras de arte el carrero de carga, el percherón que tira de él y el carro mismo, quién que viese, a la cabeza de la ciudad, guiando todo este himno, a la justicia, creería que, poco más que insectos, viven en hambre y angustia, allá del lado de los ríos, en el Monongohela, de dónde sacan el carbón, millares de mineros, que no tienen una corteza de pan en su alacena, ni vestidos para sus hijos, ni más muebles que bancos de madera, ni más asilo que casas hechas de tablas de cajones...?7

De la misma manera que comprende que “...la producción de un país se debe limitar al consumo probable y natural que el mundo pueda hacer de ella...”8 con lo que avizora sagazmente el brutal consumismo que reina en la sociedad contemporánea desde el inmenso y terrible poder de los medios de difusión al servicio de los centros de poder, también advierte que “…el pueblo que no cultiva las artes del espíritu, aparejadamente con las del comercio, engorda como un toro, y se saldrá por sus propias sienes, como un derrame de entrañas descompuestas cuando se le agotan sus caudales.9 Así, es capaz de interpretar uno de los problemas más importantes del desarrollo social –de absoluta vigencia en el mundo de hoy– que tiene que ver con el poder del dinero, con el dominio de los poseedores, con la creciente polarización de la sociedad, lo cual es aplicable para las relaciones entre las naciones del centro y la periferia, a partir del afán de riquezas, de incesante consumo y la lucha por la obtención de los recursos naturales a costa de la guerra, de la muerte, de la destrucción de la cultura…, y de la vida. Y por ello, también sentencia lo terrible que resultan las masas ignorantes en manos de políticos de oficio.10

Asimismo ‘‘...confirma el divorcio palpable de la riqueza y el buen gusto...”11 y que la riqueza cría rudeza y sordidez que privan al hombre de la dicha real.12 Al profundizar en las posiciones culturales asumidas por uno de los polos de la sociedad norteamericana, subraya uno de los peores vicios que, en gran medida, se han desplegado en el mundo contemporáneo, el de la colonización cultural. No resulta, entonces, ajena a la penetrante pupila martiana, la relación entre las clases y el fenómeno de la cultura, cuya aprehensión se produce en el cauce de un vigoroso pensamiento filosófico social. *

Cuando, en 1885, Martí valora que “...De los Estados Unidos se van las herederas a Inglaterra, a casarse con los lores, ningún galán norteamericano se cree bautizado en elegancia sino bebe agua de Londres, a la Londres se pinta y escribe, se viste y pasea, se come y se bebe, mientras Emerson piensa, Lincoln muere y los capitanes de azul y ojos claros miran al mar y triunfan...”13 juzga con severidad el desdén que, por la grandeza propia, tienen algunos y anuncia uno de los fenómenos más significativos del mundo actual, en el orden espiritual, el de la colonización cultural, aun cuando la relación subordinado- subordinante ha cambiado hoy.

Así, en el estudio de su época, nunca va a faltar junto a la descripción –fotográfica– y el acercamiento del artista, el juicio certero y crítico, desde una verdadera concepción cultural que le permite comprender el valor de lo creado en el contexto de las tendencias de desarrollo. No por conocidas, pueden obviarse en un estudio acerca de lo que aportó la cultura norteamericana a la formación cultural martiana, sus semblanzas de norteamericanos como Emerson o Whitman. De igual forma, esto se

puede observar en sus acercamientos a hombres y obras, representantes de la cultura europea y también de otras partes del mundo, porque “. Informado de casi todo lo que ocurría en las ciencias y aún en la tecnología de su época, Martí utilizó creadoramente sus conclusiones, sin afiliarse a ningún sistema ni a ningún método exclusivos. ”.14 No puede menos que asombrarnos su

infinita capacidad valorativa, por cuanto supo deslindar entre lo verdadero y lo ficticio, entre lo esencial y lo superfluo.

Lo cierto es que, entre los componentes de la cultura martiana, junto a la tradición nacional, la españolidad y lo latinoamericano, se inserta coherentemente lo universal, en tanto asunción plena de la riqueza de toda la obra humana. No hay en Martí una postura excluyente, de la misma manera que no hay eclecticismo. Ello confirma la sólida cultura que poseyó, a partir de las diversas fuentes que la nutrieron y sirvieron de fundamento para su elaboración y enriquecimiento, así como desde los horizontes que alcanzaría, y que siempre estarían enmarcados por una intencionalidad transformadora y humanista.

Su amplia y profunda plataforma cultural, sustentada en las fuertes y fecundas raíces, ya –someramente– analizadas, convertiría el accionar martiano en un modelo esencialmente singular y extraordinariamente vigente, en la medida en que lo cultural propiamente deviene método de interpretación y actuación. Constituye la cultura, entonces, la fuente nutriente de su visión integral de la realidad y se convierte en el rasero necesario de toda la actividad desplegada en función de la obtención de sus objetivos supremos: la independencia nacional y la creación de una república nueva, no solo frente al poderío del colonialismo español, sino ante el surgimiento de otro tipo de amenaza a la independencia de los pueblos latinoamericanos.

Así, pudo comprender que “…cuando un pueblo rapaz de raíz, criado en la esperanza y certidumbre de la posesión del continente, llega a serlo, con la espuela de los celos de Europa y de su ambición del pueblo universal, como la garantía indispensable de su poder futuro, y el mercado obligatorio y único de la producción falsa que cree necesario mantener, y aumentar para que no decaigan su influjo y su fausto, urge ponerle cuantos frenos se puedan fraguar…”.15 Frente al peligro del poder que se anunciaba y dibujaba en el horizonte continental, se configuraba no solo una visión certera de las funestas consecuencias, sino de la necesaria resistencia que habría de sostenerse.

Por ello, de la misma manera que supo apreciar, en toda su magnitud, en la obra creada por los hombres, los resultados del espíritu, la inteligencia y el trabajo humano, en cuanto a la creación cultural, y su análisis de la autenticidad y la falsedad, Martí proporciona ideas muy interesantes en torno a la sutil y esencial relación de lo universal y lo particular en la cultura, lo cual supone el enfrentamiento del problema de la originalidad. Ello constituye hoy, sin dudas, una de las cuestiones más importantes en el enfoque filosófico del problema de la cultura y asume significación práctica, en tanto, nos remite al problema de la dominación cultural.

Sin embargo, hay que considerar –desde un enfoque dialéctico-materialista– el carácter sistémico de la dominación imperialista, lo que descubre la interrelación e interdependencia entre las transformaciones estructurales de la economía, las políticas sociales diseñadas en correspondencia, el dominio político-militar

–manifestación del hegemonismo imperialista–, todo lo cual “pasa” por el desarrollo científico y tecnológico, y tiene su expresión suprema en la cultura contemporánea. Hoy, de forma precisa, se denota como el sistema de dominación múltiple.16

En ese contexto, se produce el fenómeno de la imposición de modelos culturales, atendiendo a la informatización de la sociedad, que se generan desde los centros de poder y responden a tendencias hegemónicas, en el cauce de la sociedad contemporánea. Así, “...ya nadie ignora que los medios masivos de difusión audiovisuales están ahora controlados por megagrupos en cuyo seno se concentran las grandes firmas planetarias (...) Ya no se limitan a controlar un solo medio o un único sector de la industria cultural...”.17

Por ello, es que la profundización en este complejo problema, no desde discursos emancipatorios abstractos, sino desde un pensamiento humanista de vocación universal, como el de José Martí, nos ofrece importantes criterios, juicios, valoraciones..., que devienen claves esenciales en el enfrentamiento al problema de la cultura de la dominación. Y su calidad de pensamiento liberador se la da la propia sustancia transformadora que lo nutre, a partir de su legitimidad como expresión de lo mejor de una nación y de un continente, en términos de cultura y política.

Pero, al mismo tiempo, esta cuestión de lo universal y lo particular, no deja de tener gran significado en el contexto nacional, en el proceso de elaboración permanente de nuestra identidad, como expresión de la relación entre la unidad y la diversidad. Ello conduce a analizar este aspecto, en la concepción martiana de la cultura, atendiendo a la interpretación adecuada de la presencia de lo universal, en tanto comprende la cultura como elaboración elevada de la Humanidad. Así, concibe el aporte realizado por las distintas civilizaciones y períodos del desarrollo de la sociedad, por medio de la creación material y espiritual de los hombres, en la construcción de un resultado esencial, tangible e imperecedero: la obra humana.

Por supuesto, esta visión martiana de la obra humana no lo lleva a circunscribir lo creado al mundo occidental, aunque no deje de reconocer su contribución notable. Sin embargo, la presencia de lo asiático, de lo árabe, de lo africano, de lo entrañable americano..., como se ha estudiado, le confiere al pensamiento martiano la calidad de su reconocida universalidad, que trasciende indudablemente, no solo en el entramado de su pensamiento político, sino que está presente en su amplio y profundo programa de transformación social y humana.

Su reconocimiento de lo creado por la humanidad, como herencia admirada, y su identificación de los aportes de hombres y pueblos diversos, conforman un sustrato esencial en todo el pensamiento y la proyección individual y social de un hombre como Martí. Ello se expresaría, tanto en el plano político, social, religioso, ético..., como en el plano psicológico, sociológico; en fin, humano.

Sin embargo, “...esa herencia, no importa su dimensión o prestigio, no es aceptada acríticamente por Martí...’’.18 Ello no es expresión de una incorporación ecléctica y edulcorada, sino de una verdadera y exigente asimilación crítica de todo lo creado. Esto solo es posible desde la asunción de lo propio, como fundamento de la verdadera valoración de lo que ha sido creado por el otro, vasto universo humano y es que como se afirma: ‘‘...en el pensamiento de José Martí, la temprana vocación de autoctonía condiciona su valoración de la otredad...”.19 De esta manera, el reconocimiento de la presencia de lo humano universal, en la concepción martiana de la cultura, es un punto esencial, que nos permite adentrarnos en su comprensión de la relación con lo particular y propio, y tiene gran importancia en el camino de la elaboración de alternativas de resistencia y de lucha frente a la dominación.

Asimismo, se requiere entender lo que representa el concepto de lo propio en Martí. Desde sus escritos de la década de 1870, en su decisivo recorrido y estancias en diversos países de América Latina, fundamentalmente México, Guatemala y Venezuela, se puede apreciar la profundización, el problema de la identidad latino- americana.

Ello quedaría registrado en su paradigmático ensayo NuestraAmérica, aparecido el 30 de enero de 1891, en el que no solo resuelve la falsa contradicción entre civilización y barbarie, a favor del desarrollo natural de nuestros pueblos y hombres, sino que, de forma sintética, expresa su juicio ante el problema de la relación de lo universal y lo particular. No, por conocida y analizada, resulta menos significativa su frase: “...Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas...”.20 Sobresale su orgullo, su elevada concepción de nuestras repúblicas, capacitadas por los resultados de su creación material y espiritual alcanzados históricamente; es decir, desde una producción cultural propia, para incorporar en ellas al mundo, sobreentendiendo con último concepto, lo mejor creado por la humanidad.

Este problema, en Martí, se resuelve de manera interrelacionada con el aspecto de la independencia, que constituía un problema de espíritu; es decir, de fondo, de contenido y no un mero cambio de formas. Para comprender el desarrollo cultural americano, en su independencia y nexo con el resto del mundo, había que contar con el pasado histórico, con los aciertos y los errores, había que hacer un balance de lo alcanzado, sin dejar de considerar las mezquinas posiciones de gobernantes o letrados artificiales que renegaban de sus ancestros.

La originalidad y trascendencia de la posición martiana ante el problema de la creación cultural en América Latina, la que se sustenta en un problema de principios, el camino de la independencia y que incluye, entre otras cuestiones, lo relativo a la originalidad y la imitación, lo universal y lo particular..., están dadas porque Martí lo asume desde la causa de los oprimidos, reconociendo el antagonismo de intereses e identificando a los pueblos como los verdaderos artífices de la cultura. Y comprende que está naciendo en América el hombre real, que sustituirá a la mascarada heredada de la conquista y la dominación europea. Ese hombre real, indio, negro, campesino..., el pueblo natural empezaba a pensar desde América y a buscar soluciones propias. Se ha dibujado por Martí una figura que nos acompañará en nuestra existencia como continente, como concierto de naciones que aportan a la humanidad toda, su alma e intento, la de los pueblos latinoamericanos, siendo lo más significativo, que lo hace no solo atendiendo a las raíces; es decir, al pasado común doloroso, sino mirando al futuro de la América trabajadora, de la América nueva. A más de un siglo de haberse escrito esa pieza

antológica, que resume el discurso identitario y emancipatorio latinoamericano, sigue trazándonos el camino de la independencia y del desarrollo a nuestros pueblos que todavía hoy no se conocen lo suficiente y que son permanentemente divididos por el gigante que pretende dominarnos.

Esta percepción de Martí se fue profundizando y radicalizando, en la misma medida en que la sociedad norteamericana se iba estremeciendo por la creciente crisis social. Si en Un drama terrible se revela la comprensión martiana de la necesidad del remedio violento y de las luchas del proletariado, en abril de 1888 afirmaba que “...la república popular se va trocando en una república de clases, que los privilegiados fuertes, con su caudal, desafían, exasperan, estrujan, echan de la plaza libre de la vida a los que vienen a ella sin más fueros que los brazos y la mente, que los ricos se ponen de un lado y los pobres de otro; que los ricos se coligan y los pobres también...”.21 Y aseveraba que desde hacía años La Nación lo había visto, con lo que subrayaba la percepción que se había ido formando paulatinamente. Ya en mayo de 1887 había señalado como el trabajador, cansado de llevar el mundo a cuestas, parecía decidido a sacudírselo de los hombros.22

De esta forma, su comprensión del verdadero curso de los acontecimientos en los Estados Unidos en la segunda mitad del Siglo XIX, es revelador de sus anticipaciones en torno a lo que este país sería en un futuro no muy lejano como potencia internacional, al avizorar el fenómeno del imperialismo. En esa medida, su extraordinaria labor periodística es muestra de lo que aporta la realidad norteamericana a su formación cultural y, al mismo tiempo, cómo aquella refleja los amplios horizontes que alcanzaría.

En su crónica del 24 de abril de 1885 daba muestras de cómo, en esta esfera de su quehacer, como en otras, se sustentaba su accionar periodístico en una vasta concepción cultural, que no dejaba a un lado suceso, acontecimiento o hecho por menores que resultaran –como él mismo calificaba a algunos– en el conglomerado de cuestiones que caracterizaban al universo humano en las últimas décadas del Siglo XIX. De esta manera, se expresan en todos los productos de su inmensa penetración y apropiación del mundo en que vivió, los infinitos horizontes culturales que alcanzó y la hondura lograda.

En esa dirección se descubre la profunda convicción martiana de que “...ser culto es el un único modo de ser libre...”.23 Lo dice aquel que no encontró nada que le fuera ajeno, ni despreció camino alguno, y por sobre todo, comprendió el misterio de la verdadera emancipación humana, aspiración suprema del ser humano, en tanto asimilación de todo lo creado. De ahí que, en esa extraordinaria y paradigmática expresión, se revela la real comprensión martiana de la cultura como fundamento de los valores y, por tanto, de la propia liberación humana. Ello, sin lugar a dudas, se fue conformando a lo largo del desarrollo de su pensamiento y su quehacer revolucionario y humano, y se inserta en su identificación de los problemas de desarrollo del ser humano y de la sociedad, más significativos de su época.

Ante el convulso presente, que sigue expresando el drama terrible de la existencia humana, de la defensa del derecho a ser, de la necesidad de preservar lo creado por la Humanidad a lo largo de su desarrollo, de conservar la pureza de las ideas y tradiciones de los pueblos, ante la necesidad de enfrentar la dominación imperialista y luchar por un mundo mejor…, nos llega el aliento y el espíritu de un pensamiento que todavía tiene mucho que hacer en este mundo, dadas sus insoslayables anticipaciones… desde una profunda y coherente concepción cultural.

Conclusiones

Todo lo anterior nos advierte de la necesidad de hallar claves esenciales para el análisis de las alternativas, ya que entre los desafíos que tiene ante sí la humanidad, hoy, está su propia existencia, lo cual también pasa por el problema de la cultura y los valores que acompañan al ser humano en su decurso histórico y le confieren, a su vez, la posibilidad de transformar el mundo para hacerlo más humano.

 

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