Varona

No.45   Julio-Diciembre2007.    ISSN: 1992-82

De las biografías a las historias de vida. EL HOMBRE COMÚN EN LA HISTORIA

From biografies to life histories. THE COMON MAN IN HISTORY

MSc. Ondina Lolo Valdés. Profesora Auxiliar. ISP “Enrique José Varona”

Recibido noviembre de 2006   Aceptado febrero de 2007


RESUMEN

El género biográfico siempre ha provocado una gran motivación. Un recorrido por su historia y las transformaciones que ha sufrido hasta llegar a la nueva biografía puede verse en este artículo, que dedica especial atención a las historias de vida y su importancia para la formación de valores de los estudiantes.

PALABRAS CLAVE: biografía, historia de vida, hombre común, formación de valores.

ABSTRACT

The biographical genre has always created a great motivation. A study through its history and transformations it has suffered to get to the new kind of biography can be seen in this article. This article pays a special attention to life histories and their importance in fostering students ‘values.

KEYWORDS: biography, life history, common man, fostering of values.


Introducción

Reflexionar en historia conduce a pensar sobre los sujetos que la hacen posible desde sus acciones como seres individuales y sociales. Sin embargo, en ocasiones solo se reconocen como protagonistas de la historia a las grandes personalidades sobre la base del estudio de sus biografías. El género biográfico ha sufrido transformaciones a lo largo del tiempo y se ha abierto paso una nueva biografía que atiende a las historias de vida de hombres comunes que, con el despliegue de su actividad multidimensional, también contribuyen al desarrollo social.

Desarrollo

LAS MAYÚSCULAS LAS PONE EL TIEMPO

Enrique Ubieta, en el prólogo a la obra de Máximo Gómez, El viejo Eduá, precisa: “Las mayúsculas las pone el tiempo; en la historia cotidiana suelen aparecer minúsculas (…) Buscamos a nuestro alrededor y no vemos más que seres de carne y hueso, con virtudes y defectos, más y menos, unos y otros: ¿De dónde salen los héroes? (...) la historia, sin embargo, se alimenta de cotidianidad; somos protagonistas de hechos magníficos que apenas valoramos: convivimos habitualmente con héroes que no reconocemos”.1

Si analizamos detenidamente las anteriores palabras, concordamos plenamente con su autor, pues muchas veces esa cotidianidad, cargada de heroísmo, pasa inadvertida a nuestro lado y no se atiende desde la labor docente a que la entrega heroica del hombre común, ocupe su justo lugar en la historia, sin más pretensión que la de lograr que los estudiantes reconozcan el valor del aporte del hombre común a la sociedad en que vive.

De esta forma, se contribuye a la desestructuración de prejuicios que se presentan en las aulas y que, en ocasiones, se producen por el tratamiento formal y “frío” de la historia. Esto conduce a que los estudiantes asuman la historia como resultado de la actuación de grandes personalidades y, en algunos casos, se refieran a las “masas” como algo amorfo, carente de individualidades, sin ver al hombre-masa del que habla Gramsci como un ser real, con vida y energía, que aporta al desarrollo social. Si bien “el concepto historia incluye, pues, la realidad histórica tal y como objetivamente acaeció, y el conocimiento histórico, o sea la ciencia que pretende develarnos, mediante el trabajo del historiador, la realidad histórica”.2

Pero esta definición obvia la posición clasista del historiador y ello constituye un aspecto fundamental, ya que todo enfoque histórico subyace sobre un enfoque clasista. Si nos atenemos a su objeto de estudio, también encontramos diversas tendencias: una historia detallista, erudita, que centra su estudio en las minorías dirigentes de cada momento histórico (Ranke); la historia de los hombres en sociedad, del perpetuo cambio de las sociedades humanas (Escuela de los Annales, Bloch y Febvre), hasta las tendencias más actuales de la década de los 50 del pasado siglo con la historia social, la historia de las mentalidades, y otras.

La concepción materialista de la historia está estrechamente relacionada con el descubrimiento del papel decisivo y creciente de las masas populares, lo que no niega en momento alguno el papel de las personalidades en la historia, la importancia de sus capacidades y valores en relación con los hechos históricos.

El reconocimiento del papel de las masas populares se logra mediante el vínculo con esas personalidades y la capacidad movilizativa de aquellas. Pero, estas masas populares tienen un carácter clasista y humano heterogéneo, y es sumamente importante delinear, con contornos muy precisos, al hombre-masa del que habla Gramsci.

En La Historia me Absolverá, Castro F concreta el concepto de masas populares, cuando define a qué llamamos pueblo, demostrando que con ese concepto se designa a las clases y los grupos sociales capaces de resolver, por su posición social objetiva, las contra- dicciones sociales que han madurado. Sin embargo, debe precisarse mucho más el término de masa revolucionaria como aquella que participa activa y conscientemente en el proceso revolucionario; se evidencia así, que tiene un compromiso real con las transformaciones y los procesos que se dan en la sociedad.

Esa masa revolucionaria, ese hombre-masa, hace posible la existencia de su sociedad, la impulsa y es protagonista individual, en tanto “cualquier individuo puede ser considerado individualidad al ser irrepetible y concreta en sí, en cierta forma, toda la experiencia anterior”.3 Por esta razón, resulta muy importante el reconocimiento social de esa entrega individual, de esa participación del hombre ante las urgencias y los reclamos de su época, reconocimiento que cobra mayor valor en la sociedad que construimos y de la que forman parte nuestros estudiantes. En modo alguno se pretende hiperbolizar el papel de las masas y, dentro de ellas, el papel del hombre común, por sobre el papel de las personalidades; todo lo contrario, hay que buscar el justo equilibrio que permita a los estudiantes el reconocimiento del papel de cada hombre en la época que le corresponde vivir, y cómo se inserta en esa concepción la decisión de muchos cubanos de cumplir deberes internacionalistas en diferentes momentos de nuestra historia.

Existen estereotipos y prejuicios entre los jóvenes, causados por la distorsión del conocimiento social o por el desconocimiento de la historia como tal, y ello repercute en la imagen que conforman sobre los demás, sobre la historia y, a veces, sobre sí mismos, cuando consideran que ellos ‘‘no hacen la historia ni contribuyen a ella”, ya que desde su punto de vista ‘‘las cosas importantes” ya pasaron.

Es preciso apoyarnos en la historia social, porque al decir de Ibarra, esta: ‘‘…se propondría acceder (…) al conocimiento del pueblo, ese gran desconocido de los estudiosos, cuyos movimientos imperceptibles o manifiestos han inclinado por lo general la balanza del poder e impulsado los grandes cambios históricos (…) De lo que se trataría entonces para nosotros, estudiosos del hombre en sociedad, sería contribuir al conocimiento de la gente sin historia, de manera que esta se encuentre cada vez más en condiciones de participar y ser artífice de su propio destino’’.4

Ello implicaría para el docente dotar a sus alumnos de las “herramientas” necesarias para develar esa historia, de los que en apariencia no tienen historia, pero sin cuyo concurso poco podría hacer una vanguardia que nunca marcha en solitario. Ese trabajo de indagación histórico-social contribuye a desestructurar los prejuicios de los alumnos sin que medien imposiciones formales que, lejos de contribuir a la formación de actitudes, inciden en dirección opuesta. La esencia reside en el sentido de la indagación, en cómo presentar y acercar el objeto de actitud. Si para algunos, el acercamiento a las historias de vida de hombres comunes puede parecer algo trivial, no podemos olvidar que la vida de cada hombre contribuye a la gestación de un pueblo y “los factores de su idiosincrasia se inscriben junto a los magnos eventos de su epopeya”.5

DE LAS BIOGRAFÍAS A LAS HISTORIAS DE VIDA

Las biografías, en el estudio de la historia, permiten el acercamiento cognitivo y afectivo hacia el papel que desempeñó el individuo en cuestión en una época dada; humanizan al héroe; lo acercan al tiempo y contribuyen a crear una disposición de empatía hacia el biografiado; es decir, una disposición para comprender las acciones humanas en el pasado desde la perspectiva de los propios agentes de su tiempo. Es importante, entonces, inducir situaciones educativas que favorezcan esa empatía, a fin de enseñar a los alumnos a “ver las cosas desde dentro y no desde fuera”.6

Sin embargo, cuando nos acercamos al estudio de las biografías en la historia encontramos que estas se refieren a la vida de grandes hombres, de personalidades relevantes, aunque presentan diferentes estilos: noveladas, cronológicas, de tipo político o militar, entre otras y, por lo general, absolutizan el papel de esa personalidad en los acontecimientos de los que fue partícipe. No obstante, es justo reconocer que la biografía ha evolucionado a lo largo de la historia.

Así, Ortega (1945) considera que existen orígenes remotos de la biografía en el antiguo Egipto, pues se realizaban escrituras sobre los faraones y grandes personalidades de la época; Grecia se acercó más al género, aunque Herodoto habló de algunos grandes hombres sin detallar sus biografías. Jenofonte, de Grecia, escribió los hechos de una vida en tono de elogio: “Agesilao”, un relato biográfico. Se destacaron también Isócrates y Teopompo. Estas obras biográficas tuvieron en común el elogio, la anécdota ejemplificadora y la divulgación de las cualidades del personaje en cuestión.

En la historiografía romana, la biografía tuvo aceptación y por ella se destaca Cornelio Nepote, con un estilo muy conciso y frases cortas, así como Plutarco, quien, a pesar de sus antecesores, es considerado “el señor del género”,7 por su originalidad, ya que presenta diferentes personalidades para caracterizar las civilizaciones y atiende los detalles significativos.

‘‘La biografía fue obra de la antigüedad (…) cuya finalidad era hacer plena luz sobre la existencia de un individuo separándolo del conjunto (…) El agente histórico era el trono con sus colaboradores, el héroe, el guerrero, miembros destacados de una clase. La masa de la vida económica no se tenía en cuenta…’’.8 Sin embargo, durante la Edad Media decae el círculo de los protagonistas, ya que se redactan existencias de santos, de antiguos mártires de cada secta, en cada abadía y convento. Existía gran semejanza entre todas estas historias de vida. Durante la época renacentista, el biógrafo volvió a la Antigüedad y mantuvo la atención hacia figuras consagradas de las que refleja su actuación oficial, mencionaba algunos detalles del hogar, pero sin hacer referencia a lo más íntimo. No afloraban las pasiones, aunque se daba un tratamiento más ágil y se elaboraron tramas más complicadas como resultado de una vida activa. Pese a ello, se acudía a las biografías solo en ocasiones especiales.

En la Época Moderna, en la Inglaterra de fines del Siglo XVIII no se abandona la atmósfera religiosa en el género, pero será una religión práctica, dirigida a fines morales. En la Francia del Siglo XVIII, se destacó Voltaire, con una posición frente a las biografías que trazó pautas: biografiar al individuo protagonista de su época, pero solo a los que daban mayor esplendor al Estado en cualquier esfera de la vida. Si no se destacaban, no aceptaba biografías de emperadores, reyes ni papas.

En la contemporaneidad, la biografía cobra auge nuevamente; es una época convulsa, de grandes cambios en cortos períodos de tiempo, donde se han producido revoluciones y procesos que transformaron al mundo y estos cambios se reflejan en el quehacer del biógrafo, que debe reunir la verdad con la personalidad, abandonando la retórica, la faz moralizadora, buscando humanizar al biografiado. Piqueras (1995) nos habla del resurgimiento de la biografía y se refiere a ese proceso como un retorno hacia las “Ciencias Humanas”, en las que “la historia individual aparece como reacción a la historia estructural que sepultó a los hombres entre largas duraciones y magnitudes seriadas que, en su pretensión científica, se iba haciendo menos histórica”.9 Vemos, entonces, una tendencia que influye en la concepción tradicional de la biografía y se opone a ella, lo que nos conduce a una nueva biografía que se presenta “…como un campo abonado para corroborar el planteamiento que previamente se hubiera seleccionado acerca de la relación entre individuo y sociedad”.10

Cada época tiene un tipo de biografía, por su contextualización, y esta se convierte en un símbolo de cada tiempo, en que cualquier historia personal produce, en todos, una gran motivación. En nuestros días, donde cobran fuerza la historia social y, en particular, las historias de la vida de hombres comunes; es preciso partir del hombre que puede llegar a ser héroe y no partir del héroe para mostrarlo como hombre, lo que permite un acercamiento más atractivo, motivante y humano, por qué no, al propio hombre.

En la historiografía cubana, la mayor parte de las biografías corresponden a personalidades relevantes, aunque se hayan destacado en diferentes campos. Una obra que motiva la atención de esta autora fue la de Alfredo Mestre, titulada Todo un mundo e impresa en Guanabacoa en junio de 1939, debido a las diversas personalidades que aborda, las diferencias espacio- temporales que existen entre ellas, así como la conceptualización que emplea. Por ejemplo, se refiere a las biografías de:

Un guerrero: Leónidas.

Un hombre: Arturo del Pino.

Precursores: Hatuey-Guamá-Agüeros.

Un sabio: Arquímedes.

Una generación: Trejo.

Un poeta: Bécquer.

Un ejemplo: Cincinato.

Pese a las discrepancias que se puedan tener ante esta “clasificación” (los términos de “hombre” y “ejemplo” pueden ser aplicados también a otras figuras), estamos en presencia de una obra que trata personalidades destacadas; pocas obras se dedican al hombre común, aunque en el libro de José Isabel Herrera (Mangoché), titulado Impresiones de la Guerra de Independencia, editado en 1948, existen referencias muy interesantes a la vida en campaña de los miembros del Ejército Libertador mambí, sin que implique el tratamiento de la historia de la vida de esos hombres, si bien, al hilvanar su relato, nos ofrece un testimonio de una parte importante de su propia vida.

Otra obra que resulta de gran importancia es Contribución a la Historia de la gente sin historia, de los investigadores Deschamps P y Pérez J (1974); más recientemente encontramos la obra Reyita, sencillamente (1997), que nos trae la historia de la vida de una descendiente de esclavos y a través de ella desgrana los avatares que tuvo que enfrentar por su origen humilde, su sexo y el color de su piel.

Cuando el estudiante se acerca a la historia de la vida de esas personas comunes comprende las razones de sus actos, ve cuánto de nobleza y sencillez existe en sus entregas, en sus actuaciones, y cuánto también hay de ellas en cada uno de nosotros. Pasan, quizás, inadvertidas y hasta anónimas, pero dejan su huella en la grandeza de la obra a la que se entregaron, en la pureza y el desinterés de sus actuaciones y, lo más importante, es que esa huella la dejan no solo en lo instructivo, sino en el aspecto formativo, al testimoniar toda una época y la acción de una persona común dentro de ella. ‘‘Además, la historia al hacernos conocer (…) la vida, el ejemplo de cada uno constituye otro incentivo para la creación personal, la social y la democrática (…) hacer nacer, pues, el sentido de la propia personalidad y vivos deseos de acción sana y altruista, el deseo de ser ciudadanos de saber y de poder, hombres de su tiempo y de su pueblo…’’.11

LAS HISTORIAS DE VIDA EN LA FORMACIÓN DEL ESTUDIANTE

Las historias de vida de los hombres comunes son un punto de partida para lograr un acercamiento afectivo y humano del alumno hacia la historia y quienes la hacen posible, de manera tal que su aprendizaje se construya en el ambiente social y se logre contextualizar para que ese aprendizaje adquiera un sentido, un significado para él, que trascienda el conocimiento puramente académico, para garantizar la permanencia de los valores que la sociedad considera trascendentes.

En el Evento Internacional Pedagogía´99, celebrado en La Habana en febrero de ese año, el Dr. Fabara, secretario ejecutivo del Convenio Andrés Bello, expresó que se debe propugnar una enseñanza-aprendizaje de la Historia que busque el tratamiento de líderes y participantes anónimos; enseñar una Historia Social con los pueblos como protagonistas; que se entienda la mirada del otro y que promueva la solidaridad como aspectos esenciales. Hay que educar al alumno en el sentido de que toda persona tiene su historia (o la ha tenido) y que todos hacemos historia y esa proximidad afectiva acerca a la mejor compresión de los hechos, modos de actuar y de pensar, lo que contribuye a que crezca en el ámbito y a que aprenda a ser, también, un hombre de su tiempo.

Vale insistir en que el estudio de las historias de vida de hombres comunes no pretende, en modo alguno, hiperbolizar el tratamiento de las masas por sobre el papel de las personalidades, sino buscar un justo equilibrio entre estas dimensiones del hombre en la historia.

Dentro de los problemas que existen para la compresión de la Historia, Pozo (1985) destaca “la comprensión de los motivos de las acciones de los hombres en el pasado”12 y es precisamente la relación pasado-presente-futuro lo que da sentido a la temporalidad, cuya esencia radica en que permite comprender la exacta dimensión histórica de la realidad. Para los alumnos es fundamental entender su mundo, de manera tal que puede situarse en él de forma activa y transformadora, pero esto se logra con una adecuada imagen del presente y el conocimiento de las raíces que ese presente tiene en el pasado.

No puede permitirse la amnesia en cuestiones históricas, porque compromete el futuro. La historia es, pues, la preservadora de la memoria colectiva, porque “en horas de urgencias vitales como la presente, el hombre se vuelve hacia la historia en busca de aquel sentido de continuidad en el proceso histórico que estimula y justifica su quehacer actual”.13

Conclusiones

Es indiscutible que el proceso de enseñanza- aprendizaje de la historia contribuye a la formación de valores, a la transmisión de patrones de actuación, de tradiciones y costumbres y, de hecho, se convierte en un referente necesario para el alumno, que comienza a incorporarlo a su identidad cultural que forma parte de la identidad nacional.

También realiza un importante papel el enrique- cimiento actitudinal, sobre todo en el componente afectivo, cuando desde el sistema de conocimientos se puede llegar a las emociones, a los sentimientos de los estudiantes, lo que permite incidir en el aspecto comportamental. Hay que acercar al alumno a sus raíces, a su legado sociocultural, y enseñarle a descubrir qué papel desempeña él en ese proceso de continuidad histórica. Evidentemente, el trabajo con las biografías va más allá de fechas, nombres y sucesos, dándole un sentido al aprendizaje de la historia con el enrique- cimiento actitudinal del estudiante porque por medio de su actividad cognoscitiva, desarrolla una serie de habilidades y logra una empatía histórica que establece un nexo entre lo cognitivo y lo afectivo, que contribuyen a modificar sus actitudes, lo que incide en el proceso de formación de valores.

 

Referencias

  1. UBIETA E. Prólogo. En: Gómez M. El viejo Eduá. La Habana, Cuba: Editora Política; 1996. p. 5.

  2. PAGÉS P. Introducción a la Historia. Epistemología, teoría y problemas de métodos en los estudios históricos. Barcanova; 1983. p. 11.

  3. MENDOZA L, SANTOS O. El carácter sistémico de la concepción del hombre en el Marxismo y su lugar en     la lucha ideológica contemporánea. En: Rev Cubana  de Ciencias Sociales. No. 4. 1984. p. 45.

  4. IBARRA J. Historiografía y Revolución. En: Rev Temas No. 1. ene-mar, 1995. p. 17.

  5. ZANETTI O. Realidades y urgencias de la historiografía social en Cuba. En: Rev Temas. No. 1, ene-mar. 1995. p. 25

  6. SERRANO E. La empatía histórica como instrumento de aprendizaje. En: Historia 16.  No.205. España, 1995. p. 120-121.

  7. ORTEGA E. Historia de la biografía. Argentina, Editorial Ateneo; 1945. p. 81.

  8. IBÍDEM. p. 81.

  9. PIQUERAS J A. De la biografía tradicional a la historia individual, grupal y masiva. En: Elites. Prosopografía contemporánea. Valladoleto, España: Editora Univ.; 1995. p. 55.

  10. BÍDEM. p. 60.

  11. BASSI A C. Ciencia histórica y Filosofía de la historia. Espíritu y método de su enseñanza. Buenos Aires; 1936. p.34.

  12. POZO J I. El niño y la historia. Madrid, España: Editorial Servicios de Publicaciones del Ministerio de Educación y Ciencia; 1985. p.12.

  13. PORTUONDO J A. La Historia y las generaciones. La Habana, Cuba: Editorial Letras Cubanas; 1981. p. 19-20.