Varona

No.44   Enero-Junio 2007.    ISSN: 1992-82

Memorias


Ernesto García Alzola. UNA VIDA DEDICADA AL MAGISTERIO

Ernesto García Alzola. A LIFE CONSACRATED TO TEACHING

Dr C Angelina Roméu Escobar. Profesora Titular Profesora Consultante. ISP “Enrique José Varona”

Recibido noviembre de 2006   Aceptado enero de 2007


RESUMEN

El artículo aborda momentos esenciales de la vida del Dr. Ernesto García Alzola, que revelan su constante espíritu de superación y de investigación, así como su amor por la docencia, a la cual dedicó su vida. De igual forma, se pone de manifiesto su compromiso con la obra de la Revolución, muy en particular, con la formación de maestros y profesores, teniendo en cuenta que fue en la esfera pedagógica y universitaria donde llevó a cabo su trabajo, así como su labor de creación literaria que le permitió alcanzar un relevante lugar, como cuentista y poeta. En él, se recrea su vida y su obra desde los recuerdos de la autora, quien fuera su alumna y colega de trabajo.

PALABRAS CLAVE: Ernesto García Alzola, magisterio ejemplar, didáctica de la lengua y la literatura, amor a la ciencia, pasión por la literatura.

ABSTRACT

This article deals with essential moments in the life of Dr. Ernesto García Alzola which reveals the reader his steadfast spirit of learning and researching; as web as his love for teaching, to which he dedicated his life. In addition, this article shows his commitment with the work of the Revolution, in particular, with the training of teachers and professors, taking into account that it was in pedagogical and university sphere where he carried out his work. His literary creations allowed him to reach a relevant place as a storyteller and poet. In this article his life and work is recreated through the eyes of the author who was first his student and then a collage.

KEYWORDS: Ernesto García Alzola, exemplar teaching, language and literature didactics, love for science, passion for literature.


No es posible escribir la historia de la enseñanza de la lengua y la literatura en Cuba, si no se mencionan en sus páginas los aportes que a ella hiciera aquel maestro del cual podemos decir, parafraseando a Martí al referirse a Rafael María de Mendive, que entregó su talento y su tesón y quien, con voluntad y extraordinario sentido de la responsabilidad, que lo llevó incluso a soslayar su fructífera carrera literaria, se entregó siempre por completo a sus compromisos sociales, profesionales y personales, a sus alumnos, a sus compañeros y a su familia. El Dr. Ernesto García Alzola ocupa un lugar cimero en nuestra cultura, tanto por su magisterio como por su creación literaria, y hemos contraído con él una deuda de gratitud tan

grande, que las palabras no bastan para pagarla.

Nació Ernesto Miguel García Alzola en el poblado de Ceiba del Agua, actual provincia de La Habana, el 7 de noviembre de 1914. Fueron sus padres Simón García Voces (emigrante castellano) y María Ignacia Alzola León, cubana, quienes, cuando Ernesto tenía 2 años de edad, se trasladaron al vecino poblado de Alquízar, donde el padre abrió una tienda de ropas.

Durante las llamadas vacas gordas, la suerte de la familia floreció, pero pronto acabó la bonanza, pues el padre murió cuando Ernesto tenía 11 años de edad y este hecho cambió trágicamente la situación familiar, pues la madre, después de la muerte del padre, fue incapaz de mantener la tienda, que en poco tiempo quedó vacía y arruinada.

Pasado el tiempo, ingresó en la Escuela Normal de La Habana, gracias a una beca que obtuvo por su desempeño como estudiante primario. Una anécdota familiar ilustra acerca de su tesón y de su fuerza de voluntad para enfrentar los obstáculos que la vida le imponía. Cuando se preparaba para los exámenes de oposición para ser admitido en la Escuela Normal (más de 500 concursantes), enfermó de gripe (con fiebre muy alta). Realizó entonces todos los exámenes así, enfermo, pues no quería defraudar a su familia ni a su maestro (que le había ayudado en su preparación y que había gestionado para él una beca económica). El último de los exámenes era el de Educación Física y a duras penas podía tenerse en pie. Al verlo en aquellas condiciones, el profesor que le examinaba se acercó y le preguntó qué le ocurría y se asombró al comprobar que tenía 39 grados de fiebre. Ese año entraron en la Escuela Normal 37 de los 500 aspirantes y Ernesto García ocupó el sexto lugar.

Como estudiante de la Escuela Normal, en cuyas aulas ingresa en 1928, obtuvo el premio al alumno más destacado del año en los cursos 1928-1929 y 1929-1930. En 1930 la Escuela Normal cerró sus puertas por órdenes del dictador Machado, lo que le acercó tempranamente a las actividades políticas de su generación. En ese momento formó parte del llamado Directorio Normalista. Al caer la dictadura de Machado, regresa a las aulas de la Escuela Normal y forma parte de la Junta de Gobierno de la Escuela, en la que se gradúa en 1934.

En 1935, comienza su labor magisterial, al ser designado para trabajar como maestro primario en una zona llamada Pino Corcovado, cerca de Morón, donde debía atender una pequeña escuela con unos setenta alumnos, en un aula única o multígrada. Durante 10 años continuó siendo maestro rural, con solo pequeños ascensos (obtenidos mediante oposiciones): primero, como se ha dicho, en Pino Corcovado, Morón; después en Madruga y más tarde en Bauta (en la playa de Baracoa).

Durante estos años, matriculó las carreras de Pedagogía y de Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana. Ocupó el cargo de presidente de la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Pedagogía y se reveló como un destacado deportista. Compitió en la carrera de 1500 metros planos, en 800, en 400 y en el relevo de 4x400. En este campo de actividades resultó elegido como el atleta más destacado del país y formó parte de la delegación que debería asistir a los Juegos Centroamericanos; sin embargo, la postergación en varias ocasiones de este evento, lo llevaron a una situación de sobre-entrenamiento que le impidió finalmente competir. En su quehacer universitario, acumuló diversas medallas y premios nacionales de importancia y se graduó en 1939, con 11 premios, en la carrera de Pedagogía.

En 1945 fue nombrado director de la Escuela Anexa a la Normal y codirector de la Escuela Libre de La Habana, y se desempeñó como profesor de Literatura en la Escuela Normal de La Habana.

Durante los años de la dictadura batistiana formó parte de un grupo revolucionario con el que realizó diferentes misiones que le fueran asignadas, hasta establecer contacto, en 1957, con el Movimiento 26 de Julio. En esa organización pasó a integrar una célula que, entre otras tareas, colaboró en la organización de la llamada Huelga de abril.

Al triunfo de la Revolución, resultó electo como el primer Secretario General de la Sección Sindical de la Escuela Normal de La Habana, donde impartía clases de Literatura Española y de Literatura Cubana (esta última, sustituyendo al compañero Juan Marinello, que en ese momento partió hacia la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). También fue profesor de Filosofía y de Economía Política.

Al producirse la Reforma Universitaria presidida por Carlos Rafael Rodríguez, fue nombrado en 1961 profesor de la Universidad de La Habana en la Escuela de Economía, aunque su trabajo lo realizaba como profesor de Estadística Educacional en la Escuela de Educación; posteriormente se desempeñó como profesor de Gramática y Composición y, finalmente, de Literatura Española y de Didáctica de la Lengua y la Literatura; así como asesor de tesis de grado. Como profesor de la Universidad de La Habana fue Secretario General del Sindicato, ocupó el frente de Relaciones Internacionales, formó parte del Consejo de Dirección de la Facultad de Humanidades como representante del Instituto Pedagógico, y fue miembro de la Comisión Nacional de Investigaciones Pedagógicas.

Fue precisamente en esta época que conocí al Dr. Ernesto García Alzola, cuando en el año 1963, dando respuesta a una convocatoria para la formación de profesores de Secundaria Básica, tuve la oportunidad de estudiar en un curso emergente, conocido en nuestra historia educacional reciente como Plan Fidel. Siendo maestra normalista, con escasos 18 años, y experiencia como alfabetizadora, maestra de Seguimiento, maestra rural de aula multígrado y de escuela primaria urbana, sentí que se hacía realidad para mí el más preciado sueño: poder ascender la escalinata universitaria y estudiar en el histórico recinto de la Colina.

De los múltiples retos que la vida universitaria me impuso, sin dudas el más fuerte de todos fue poder estar a la altura de las exigencias culturales de los profesores, como la Dra. María Dolores Ortiz y el Dr. Ernesto García Alzola, que abrían para nosotros mundos insospechados.

Muchísimos recuerdos guardo en la memoria de aquellos días de estreno universitario, entre los cuales, sin dudas, están los referidos a mi experiencia como alumna del Dr. García Alzola en las asignaturas de Literatura Española y Didáctica de la lengua. De él aprendimos mucho: a amar nuestra profesión, a esforzarnos por alcanzar lo que nos propusiéramos, a tener confianza en nuestras posibilidades reales, a sentir placer por la lectura, a escribir sin cogerle miedo a la pluma, a amar la investigación.

Diariamente, luego de llegar al aula, pulcramente vestido, y de intercambiar saludos y comentarios, daba inicio a las preguntas de control del estudio individual. “Vamos a ver, Roméu, hable sobre Lope de Vega.” Sabíamos todo lo que aquella orden implicaba, que no era solo comprobar si conocíamos o no sobre el tema, sino evaluar nuestra disciplina, nuestro sentido del deber ante el estudio, nuestra capacidad de análisis y valoración, por lo que el tema en sí era solo un pretexto ocasional que nos planteaba el programa docente.

Un día, me indicó la lectura oral de un poema. Mis experiencias en declamación se reducían a las adquiridas para las recitaciones escolares del acto cívico de los viernes, en la escuela donde realicé estudios primarios. Luego, no había tenido oportunidad de ejercitar mis habilidades, si es que las tenía. De ahí que, me puse de pie y, en el mejor estilo que conocía, realicé la tarea que se me indicaba.

¡Horror! “Esta muchachita recita como una escolar”. Yo no salía de mi asombro y estupefacción, pero ese día supe que tenía mucho que aprender todavía, y que lo lograría gracias al profesor que teníamos. Sabíamos que detrás del crítico estaba el maestro, que quería para nosotros lo mejor, y que trataba de llevarnos a la perfección y abrirnos el camino hacia lo desconocido.

Era un excelente lector y, en sus clases, aprendimos a sentir el verdadero deleite por la lectura de las obras literarias. “El mar como un vasto cristal azogado/refleja la lámina de un cielo de zinc” - leía, y ante nosotros flotaban los versos de la Sinfonía en gris mayor de Rubén Darío. O sumergiéndonos en la lectura de la poesía lorquiana, descubríamos la insaciable pasión de la monja gitana: “Silencio de cal y mirtos / malvas en las hierbas finas / la monja borda alhelíes / sobre una tela pajiza”.

En sus clases adquirimos también la pasión por el cuento. Primero, los grandes de nuestra literatura: Luis Felipe Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso, Alfonso Hernández Catá, Pablo de la Torriente Brau y Alejo Carpentier. Después, los grandes de la literatura universal: los cuentos del Conde Lucanor, el Decamerón, Horacio Quiroga, Edgar Allan Poe, Guy de Mauppassant, William Faulkner y otros. Y siendo también él mismo un cuentero mayor, nos daba la posibilidad de conocer sus propios cuentos, de ser sus críticos y de sentirnos definitivamente rendidos al género.

Cuando al año siguiente, en 1964, se crea el Instituto Pedagógico de la Universidad de La Habana, el Dr. García Alzola estuvo entre sus fundadores. En ese momento, fui seleccionada para integrar el claustro en calidad de Técnico Auxiliar de la Docencia. En el Dr. García Alzola encontramos toda la ayuda que nos fue necesaria para cumplir tamaña tarea. A partir de este momento, tendría la oportunidad de trabajar junto al Dr. García Alzola en el Nivel Básico, y ser, además, su alumna, en la Carrera Profesoral de Español de Nivel Superior; también conocimos sus cualidades como dirigente sindical, su participación en las labores agrícolas, en las tareas de la defensa y de la Defensa Civil.

Años después, al ser promovido el Dr. García Alzola al Departamento de Investigaciones, me pidió que lo sustituyera en la impartición de la asignatura Didáctica del Español. Para mí significaba asumir una responsabilidad que me parecía imposible: ocupar el lugar de mi maestro. La primera tarea que me indicó consistió en elaborar un programa para la asignatura que se impartiría a un grupo cuya composición no recuerdo. Como siempre, supe que lo importante de aquella tarea no era la tarea en sí misma, sino el esfuerzo que implicaba y mi capacidad y valor para realizarla. De esa experiencia, guardo una breve nota valorativa de su puño y letra: “Lo hallo muy bien hecho. Tendremos que ir a lo esencial para desarrollarlo en el tiempo fijado”, y añadía algunas precisiones sobre las horas de clase y las prácticas. A pesar de lo sintético de la nota, tuvo para mí un valor infinito, pues provenía de alguien a quien conocíamos por su rigor y exigencia, que no era dado a prodigar elogios en vano y quien, al depositar en mí su confianza, me hizo crecer profesionalmente.

Desde sus nuevas funciones como investigador y jefe del Grupo de Investigación-desarrollo de Medición y Evaluación, el Dr. García Alzola continuó influyendo en la formación de muchos profesores jóvenes del Departamento de Español y de otros departamentos, y con él iniciamos la formación de postgrado, una vez graduada. Acerca de su trabajo en esta época, pudimos leer en la evaluación del año 1974, firmada por la Dra. Lidia Turner Martí: “Buen trabajador y dirigente de Grupo. Celoso cumplidor de sus obligaciones. Iniciativa creadora. Gran preocupación por la superación y por aumentar la efectividad de su trabajo”.

Al iniciar la elaboración de mi tesis para la obtención del doctorado, aunque ya él estaba jubilado, tuve en el Dr. García Alzola el consejo oportuno, la crítica necesaria y útil, el aliento y la fuerza que inspira la confianza.

Estas y otras muchas cualidades le distinguieron, las que iban siempre aderezadas con el fino humor criollo que lo caracterizaba. Su disposición a ayudar a los que lo necesitaran, ya fuera en el plano intelectual o material, queda demostrada en un hecho que ilustra lo anterior: un día, conociendo que uno de sus alumnos de Básica no tenía con qué abrigarse en los días de un crudo invierno, le obsequió un abrigo. Esta acción, aparentemente intrascendente, nos reveló su generosidad, su sentido de la solidaridad humana y la inmensa responsabilidad que sentía hacia aquellos adolescentes que se iniciaban en el magisterio, y para quienes el suyo resultó siempre paradigmático.

Ostentaba la categoría docente de profesor titular desde 1965, la que le fue ratificada posteriormente. Durante años, fue Secretario del Consejo Científico del Instituto, además de presidir la Comisión de Categorías Docentes. Como él mismo revela en su autobiografía, a pesar de lo mucho que le gustaba escribir, durante los dieciséis años que se desempeñó como profesor universitario, se dedicó disciplina- damente y con sumo celo a enseñar, tanto en el pregrado como en el postgrado, y a investigar, por lo que su vida puede resumirse en dos palabras: trabajar y estudiar. Un hecho confirma esta aserción: cumplidos ya los sesenta años, aprobó con calificación de excelente un postgrado de Marxismo-Leninismo, ofrecido por la Dr. Zaira Rodríguez, en el que como un estudiante más, participó junto a otros profesores del Pedagógico Varona.

Durante diez años, a propuesta de la Universidad de La Habana, desempeñó también los cargos de vicepresidente de la Asociación Cubana de Naciones Unidas (ACNU), y de Secretario de la Comisión de Escritores y Artistas del Movimiento Cubano por la Paz y la Soberanía de los Pueblos. Como vicepresidente de la ACNU tomó parte en diversos eventos internacionales. Fue miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y en varias ocasiones representó a esa organización en diversos países. Después de su jubilación en 1976, continuó en sus cargos en la ACNU y en el Movimiento por la Paz, además de iniciar un activo trabajo atendiendo diversos Talleres Literarios. Al mismo tiempo continuó con sus responsabilidades en diferentes actividades de la UNEAC.

Su producción literaria se inicia en 1939, cuando publica su primer libro de poesía, Rumbo sin brújula. Pocos años después publicó un tomo con su obra poética madura, titulado Diálogo con la vida. En 1953 ganó el premio de la Dirección de Cultura y de la Comisión Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario Martiano por un extenso poema titulado Martí va con nosotros. En 1983 publicó un cuaderno de poemas titulado Siempre cantando a la primavera.

Sus cuentos Juan Peralta, El velorio y Siete horas obtuvieron Mención de Honor en el Concurso “Hernández Catá” en 1944. Al año siguiente ganó el Premio para autores cubanos en ese mismo concurso con el cuento El molino de viento. En 1952 obtuvo el Premio  Nacional  de  Cuentos  “Anselmo  Suárez y Romero” con su libro Siete horas y otros cuentos, que fue publicado con el título El paisaje interior.

En 1986 vio la luz su libro de ensayos titulado La literatura como arma, y en 1989 Ensayo acerca de Manuel Cofiño, selección y prólogo.

Pero la obra que le ha permitido ocupar un indiscutible sitial en la pedagogía cubana lo constituye, sin dudas, Lengua y literatura: su enseñanza en el nivel medio, que apareció publicado en 1971, y que en ese propio año tuvo tres ediciones adicionales, dado el impacto de la obra en el contexto educacional cubano. Después se publicó una quinta edición en 1991 y una sexta en el 2000, cuando ya había sido objeto de reconocimiento también en el extranjero. Este libro ha contribuido a la formación de miles de profesores de Español y Literatura de todo el país y ha conservado por más de treinta años su vigencia, por lo que es obra de obligada consulta en la actualidad. No han sido superados sus trabajos sobre: La prioridad de la lengua oral, El arte de escribir, La entrada en la literatura, La problemática actual de la enseñanza de la literatura y el tratamiento de los géneros literarios, entre otros temas abordados por él en esta obra. Posteriormente, ya jubilado, el Dr. García Alzola participó como coautor, junto con los que fuéramos sus alumnos, de los libros titulados: Didáctica de la lengua, publicado en 1978, y Metodología de la enseñanza de la Literatura, publicado en 1980, para los cuales elaboró los capítulos respectivos de Historia de la enseñanza de la lengua en Cuba e Historia de la enseñanza de la literatura en Cuba, los cuales conservan toda su vigencia y son obras de obligada consulta para quien quiera investigar acerca de la enseñanza de la lengua y la literatura.

Al fallecer en Ciudad de La Habana, el 14 de abril de 1996, a los 81 años de edad, Ernesto García Alzola dejó tras de sí una intensa y fructífera vida, entregada a sus alumnos, a sus compañeros y a su familia. Tuvo una activa participación en el proceso revolucionario en los campos de la educación y la cultura. Vivió intensamente el proceso ascendente de nuestra Revolución Socialista, y desde su modesta condición de profesor, se sintió plenamente identificado con sus principios sociales y humanos, lo que puso de manifiesto en su trabajo cotidiano y siempre creador. Hoy preferimos recordarlo como lo conocimos: ejerciendo su magisterio en el aula, forjando el carácter de sus alumnos, despertando en ellos el amor a la ciencia y la pasión por la literatura.